Proyectado por Sou Fujimoto, el Centro Cultural Ishinomaki responde a un encargo de la prefectura de Miyagi, al norte del archipiélago de Japón, para la reconstrucción de la zona tras el terremoto y el tsunami que la azotó en 2011.
La maestría de Sou Fujimoto
Hay arquitecturas que se fundamentan, explícita o implícitamente, en la exhibición de los instrumentos que la determinan: poder económico, medios técnicos, conocimientos históricos, triquiñuelas compositivas o cursilerías varias. Pero hay otra manera de hacer edificios, y el nipón Sou Fujimoto puede dar buena fe de ello. Su estilo, quizá no tan ligado a los corsés disciplinares de la profesión, trata de neutralizar y hacer irreconocibles esas cuestiones.
Nada por aquí, nada por allá. Esa es la magia de Sou Fujimoto. Hacer simples los enunciados y las situaciones más complejas, algo que ya quedó acreditado en trabajos como la Biblioteca de Musashino, el Centro Infantil de Rehabilitación Psiquiátrica en Hokkaido o su célebre Casa N Oita. En general, de su porfolio —y en particular en el Centro Cultural Ishinomaki, que ahora inaugura— llama la atención la imagen esquemática de un conjunto de construcciones que se mezclan entre sí gracias a un perfil de cubiertas a dos aguas, articuladas unas consecutivamente a las otras.
Arquitectura japonesa como el dibujo de un niño
Este nuevo proyecto responde a un encargo de la prefectura de Miyagi, al norte del archipiélago de Japón, para la reconstrucción de la zona tras el terremoto y el tsunami que la azotó en 2011. En un primer momento, Fujimoto tenía que diseñar un auditorio y un lugar para la práctica de actividades relacionadas con las artes escénicas. Sin embargo, y debido a los estragos del seísmo, la propuesta se fue ampliando con galerías de arte, una escuela infantil y una gran ala para exposiciones.
Como sucede en las actuaciones de los magos, en esta obra es primordial que el ardid quede invisible y que no se aprecie esfuerzo o dificultad alguna en la ejecución del prodigio. Para ello, Fujimoto ha utilizado un espacio telescópico que en apariencia no podría ser más sencillo: parece el dibujo de un niño. Se trata de una serie de casitas dispuestas en hilera que crecen y decrecen en sección, presentando una fachada organizada a diferentes alturas.
Todo discurre linealmente a lo largo de un estrecho vestíbulo de 170 metros de longitud, iluminado por unas grandes chimeneas por donde resbala la luz cenital y que proporcionan ventilación natural. Nada por aquí, nada por allá… Queda la inteligencia, la sensibilidad y el humor. El virtuosismo de la magia de Fujimoto, tanto más virtuoso cuanto menos arquitecto. Menudo truco, ¿no creen?
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