Hace ya algún tiempo, en ROOM Diseño nos cautivó el trabajo de Hajime Yoshida con Serpent Lady. Hoy volvemos a la ciudad de Toga, donde Yoshida ha transformado una hondonada en un espacio de contemplación. Shrine of Triskele son 30 m2 de puro land art, un santuario en el que geometría, naturaleza y silencio confluyen. Una reflexión sobre lo efímero como forma de permanencia.
El land art de Hajime Yoshida
Nacido en 1986 en Takaoka, Hajime Yoshida es un arquitecto japonés en cuyos comienzos ya se adivinaba una vocación por la forma: un lenguaje que aprendió entre París y Osaka, y que ahora madura en su propio territorio. No en vano, tras finalizar su formación académica, pasó varios años trabajando en el estudio Dominique Perrault Architecture en París. En 2016, ya de vuelta en su país, fundó Hajime Yoshida Architecture, en Osaka, trasladándolo más tarde a su ciudad natal. Desde allí, en estos últimos años ha ido desarrollando proyectos de arquitectura, mobiliario y paisajismo, así como obras de land art muy personales, donde vincula forma y naturaleza para originar espacios de meditación y encuentro.

Aunque en su origen el land art buscó un retorno a la tierra como reacción contra la institucionalización del museo, el género ha ido mutando en las últimas décadas. Hoy se entiende más como un proceso, un ciclo donde las obras nacen y desaparecen, no para resistir en el tiempo, sino para perdurar en la memoria de quienes han sido “atravesados” por estas. En su relación con el paisaje, Yoshida comparte con Andy Goldsworthy o Richard Long la aceptación del tiempo, que actúa de manera lenta pero inexorable. También se vislumbra la influencia de Eduardo Chillida, visible en su manera de concebir las siluetas como un gesto de reconciliación entre el entorno natural y la presencia humana.


Shrine of Triskele. Las geometrías de Yoshida
Las intervenciones de este creador se sitúan en parajes vírgenes o apenas alterados, lo que genera en el visitante una experiencia íntima y emocional. Podemos apreciarlo tanto en Shrine of Triskele como en Serpent Lady. En ambas, la estructura responde a un patrón común: partes escarbadas que se hunden en la tierra, mientras otras se elevan en un juego de líneas y planos afilados. Quien observa se enfrenta así a un baile de formas, ángulos y contrastes, donde la tierra y el cielo se cortan mutuamente, alterando la percepción del paisaje. El paso del tiempo es un componente esencial en todo proceso creativo. Por ello, la elección de los materiales —hormigón, tierra, piedras— depende siempre de las condiciones ambientales del lugar.


Shrine of Triskele emerge entre montañas y ríos como una figura en movimiento donde los materiales respiran al ritmo del enclave. Ubicada en Toga, una localización no azarosa, la orografía que la rodea es inseparable de la pieza. La propuesta, definida como meditative land art, guarda cierta relación con otras experiencias japonesas donde la integración con la naturaleza, la contemplación y la mutabilidad construyen su significado. La obra se articula mediante un armazón triangular rojizo, parcialmente cubierta por la tierra circundante, lo que genera un recorrido sensorial con múltiples accesos y salidas. Su forma tridimensional de triskele funciona como símbolo de equilibrio y movimiento perpetuo.

Ma y perdurabilidad
En ese contexto, la instalación de Yoshida plantea una reinterpretación de la tradición japonesa del ma, heredada de autores como Tadao Ando, con quien comparte una espiritualidad minimalista y el uso del hormigón como materia poética. El ma es un principio sin medida ni peso: el intervalo o la pausa que permite que algo suceda, el silencio que une dos sonidos. En Shrine of Triskele, esta idea se manifiesta en el aire existente entre los planos, entre la tierra excavada y la parte que emerge. No es vacío, sino el espacio donde acontece la vivencia.

Los trabajos de Yoshida se funden con el entorno y rehúyen la monumentalidad, aunque conservan una rotundidad serena. Pero, sobre todo, no temen al envejecimiento ni a la erosión, que se asumen como parte del ciclo vital de la materia. Para él, cada pieza es una arquitectura que acepta su deterioro como parte del proceso. Una apuesta demuestra que lo verdaderamente perdurable es aquello que sabe transformarse.

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