Fotos: Frank Hanswijk
Convertir un lugar sagrado de grandes dimensiones en una vivienda confortable ha sido el reto afrontado por Zecc Architecten. Con una buena dosis de habilidad e ingenio, el estudio neerlandés ha conseguido transformar la iglesia de San Jakobuskerk en esta Residential Church XL: un proyecto que aporta dimensión humana a un edificio pensado originalmente “para mostrar la grandeza de Dios”.
En los Países Bajos existen miles de iglesias abandonadas. Desde la década de los setenta, muchas de estas construcciones han ido cayendo en desuso. De hecho, más de un tercio fueron demolidas, la mitad de ellas católicas. La realidad de que cada vez menos gente asista a misa y el coste que supone al Estado mantenerlas vacías y en óptimas condiciones, podría hacer pensar que otras tantas correrán la misma suerte en los próximos años. No obstante, la demolición o el abandono prolongado tienen sus días contados, en parte porque estos edificios sacros engrosan la lista del patrimonio artístico del país, y en parte porque existe una tendencia a darles una segunda oportunidad destinándolos a otras funciones. Es el caso de la iglesia católica de St. Jakobuskerk, en la ciudad de Utrecht, transformada en vivienda después de haber sido utilizada como showroom de muebles antiguos y como sala para pequeños conciertos y reuniones.
Construida en 1870 y abandonada definitivamente en 1991 por su comunidad religiosa, ahora es una casa de 465 m2, actualmente en venta, que mantiene toda su dignidad y su presencia. Aunque instintivamente pueda parecer sencillo, no resulta nada fácil cambiar el uso de un inmueble de gran volumetría y personalidad religiosa. Como nos comentan divertidos los responsables de Zecc Architecten, “no se hace habitable una iglesia poniendo tan sólo una cama, dos sillones y una televisión; nos hemos tenido que emplear a fondo para lograr una atmósfera íntima y recogida en un edificio cuya misión arquitectónica era mostrar, de alguna forma, la grandeza de Dios”. Y ésta ha sido, en realidad, la gran dificultad técnica y el objetivo central del proyecto: conseguir que dos formas antagónicas de entender el espacio se den la mano en su destino final o “segunda oportunidad”. Se ha buscado, por tanto, un uso residencial pero con la menor intervención posible en la estructura del templo. No en balde, la arquitectura apenas ha soportado transformación alguna. Solamente se han abierto unas ventanas en su parte trasera, donde se ubicaba el altar, a favor de más luz natural.
De lo divino a lo humano
Para entender el trabajo llevado a cabo en esta rehabilitación, hay que explicar que a lo largo de los años noventa se había construido dentro de esta inmensa capilla, para aprovecharla como showroom, una entreplanta que ayudaba a rentabilizar más las posibilidades del interior. Sobre esta fea pero funcional plataforma, el equipo de Zecc Architecten trabajó modificándola hasta casi eliminarla: una decisión muy importante ya que no sólo propició una mayor entrada de luz, sino que recuperó las dimensiones visuales originales, permitiendo divisar toda la amplitud desde diferentes puntos. Además supuso el arranque que generaría “el bloque residencial”: un área totalmente independiente dentro de la iglesia que, al poner límite a los interminables techos, logra la escala humana en una edificación grandilocuente.
Este bloque, que funciona según el estudio “como una caja dentro de otra de mayor tamaño”, se nutre de la luz que proporcionan los ventanales y las vidrieras: una luminosidad amplificada por el color blanco con el que se ha pintado todo el interior. Los espacios libres generados entre los muros de la construcción original y este nuevo volumen actúan como patios interiores. En este reajuste, su cubierta se convierte en la terraza-ático desde donde en vez de divisar el cielo estrellado, se pueden contemplar los techos abovedados. Así, la antiestética entreplanta cons-truida años atrás se transforma hábilmente en una especie de monumento que casi destaca por encima de su propia funcionalidad.
El pasillo central del nuevo módulo se encarga de conectar la entrada de la iglesia con su parte trasera, donde una vez estuvo el altar, es decir, se convierte en paso obligado si se quiere recorrer la casa-iglesia en su totalidad. De este modo, hay momentos en que la experiencia del espacio monumental y sagrado predomina sobre la nueva área residencial -más recogida-, y al revés, dependiendo del lugar en que nos coloquemos. Y todo esto, sin olvidar que los arquitectos otorgan una personalidad minimalista al conjunto, cuya línea conductora es el citado color blanco y el escaso pero estudiado mobiliario de corte contemporáneo.
La cocina y el comedor se hayan físicamente fuera de la nueva construcción, concretamente en el altar. Como se indicó anteriormente, para dotar de luz a esta zona se abrieron tres vanos a modo de ventanales en la parte baja de los muros exteriores. Por otra parte, y con el fin de salvar algunos detalles originarios, los antiguos bancos han sido utilizados como mesa del comedor. Según los arquitectos, “el éxito y la enorme calidad de este proyecto se debe no sólo a que la iglesia no ha sido compartimentada en pequeñas unidas, sino también a que nos hemos preocupado por mantener todos los elementos originales intactos o reparados”. Y así, se han conservado el suelo, las vidrieras, las puertas o los citados bancos. De hecho, siguiendo esta conciencia de “no agresión”, el bloque habitable no ha sido adosado ni a los muros, ni a los arcos, ni a las columnas. Éste es considerado un elemento indispensable como vivienda, pero a la vez no deja de ser visto como un visitante temporal del edificio, que puede ser reconvertido para otras funciones públicas cuando se desee.