Lo primero que salta a la vista en la web de Refik Anadol es el gesto de poderosa benevolencia de su fotografía, un retrato estudiado hasta el último píxel. Este creador residente en Los Ángeles lo domina todo: desde su declaración de artista hasta cómo se ha de documentar su obra. El control estético que ejerce es tal que, ante su trabajo, la Villa Savoye de Le Corbusier parece la cama deshecha de Basquiat.
Este multifacético turco, nacido en Estambul en 1985, se rebela contra el arte de galería y su quietud pétrea; su mirada prefiere la integración con la arquitectura y el movimiento. Si Bill Viola creó el videoarte en HD, Anadol se vuelca en el media art multidimensional, pues la metamorfosis del tiempo también es una dimensión.
La pieza Bosphorus —nombre del estrecho que separa Europa de Asia— no es una simple ola sobre una macropantalla led. Son marejadas crecientes que sin costas y en conflicto rompen contra sí mismas. Una escultura turbulenta y bravía generada por masas de datos provenientes de los radares de alta frecuencia que monitorean el mar de Mármara. Estas cataratas de información son la materia intangible que Anadol moldea.
En WDCH Dreams, creada para el centenario de la Filarmónica de Los Ángeles, el artista recolectó un sinfín de fotografías, folletos y grabaciones de audio y vídeo de la institución. Las digitalizó, microcomprimió y activó en forma de algoritmo. Es decir, el artista no solo le dio forma a la “mente” de la orquesta, sino que después la hizo soñar.
Con otras tantas cifras paramétricas, Melting Memories presenta un videomuro caleidoscópico desarrollado a partir de millones de datos cognitivos acerca del arte de los últimos 5000 años. Este hermano noble del morphing hollywoodiense toma la forma de un bajorrelieve dinámico que puede ser un torrente de lava blanca y marmórea, cristalizaciones poliédricas, una topografía nunca vista o un glaciar pulsátil que busca huir del espacio que lo contiene.
Del urbanismo al córtex
En Virtual Depictions —una colaboración con partners y estudios de arquitectura—, Anadol suma cromatismo a su visión y la integra magistralmente espacio público de la ciudad de San Francisco. Porque Anadol cree en las diferentes dimensiones de la creación, tanto como en su fusión con el urbanismo, el diseño y el espectáculo.
Por eso Refik Anadol también cuenta con obra menor: imaginería policromática al estilo de Tron, Star Wars o Matrix. Es decir, los sospechosos habituales del arte digital que solemos ver aquí y allí. Productos de ciencia ficción destinados al córtex más pop del inconsciente colectivo. Pero el futuro estético que él plantea es diferente, y mucho más aterrador que esa perfección aséptica de quietud y ansiedad que Kubrick imaginó para 2001: Una odisea del espacio.
Anadol formula un mundo que se ve y se siente como el racionalismo conocido: escandinavo, sereno, asfixiante. Pero lo decora con paredes vivientes, frondosidades algorítmicas y geometrías carnívoras. Ve el Occidente industrializado que este nuevo arte simboliza, aunque lo hace con ojos trasplantados desde un Mediterráneo recóndito y una Europa que ya es Asia. Esas son las nuevas realidades que Rafik Anadol elabora, y son las mismas en las que nosotros no podemos evitar creer.
Como hemos visto en la pasada convocatoria del festival LEV (Laboratorio de Electrónica Visual) en Gijón, donde presentó ese viaje del dato a la memoria llamado Melting Memories. Pero que no formará parte de la edición madrileña de este encuentro, que tendrá lugar del 17 al 20 de octubre en las naves de Matadero.