Si pensamos en el puerto de Copenhague, rápidamente se nos viene a la cabeza la Sirenita de Edvard Eriksen, ese “lugar común” hecho de bronce. Sin embargo, muy cerca de allí, a algo menos de tres kilómetros, se ubica el nuevo proyecto de Olafur Eliasson. Un puente de autor que ha nacido con la voluntad de ser algo más que un ejercicio de ingeniería. El artista danés más relevante de su generación no se ha limitado a construir una obra civil para unir dos orillas. El puente Cirkelbroen ha sido concebido para propiciar un ambiente alimentado por emociones y vivencias inmateriales.
Con el encargo de la administración local de conectar los márgenes del canal Christianshavns, Eliasson ha rescatado los recuerdos de su infancia islandesa. El puente se asemeja a aquellas barcas pegadas unas a otras que permitían cruzar el puerto sin tocar tierra. ¿Y qué aporta esta estructura? La sensación de ingravidez y de libertad: algo no habitual en este tipo de construcciones para las cuales se prefiere la seguridad o la grandiosidad.
El nuevo emblema de Copenhague une cinco plataformas circulares, con cinco mástiles y cabos que nacen de su cúspide y llegan hasta el parapeto. Son parte de una ruta peatonal que otorgará a los viandantes una perspectiva distinta de la capital. En efecto, el Cirkelbroen está destinado a ser un punto de encuentro y reflexión: al no trazar una línea recta, los viandantes se verán obligados a reducir su velocidad habitual. Para Eliasson el tránsito en una ciudad no es solo una cuestión logística: “Disfrutar nuestro camino es participar del pensamiento corporal. Veo la introspección como una parte esencial de una urbe vibrante”.