Fotos: Marco Canevacci y Markus Wüste
Hace décadas, el verano empezaba de verdad cuando las familias más humildes sacaban a la calle sillas y mesas para tomar el fresco o simplemente para ver la tele desde la acera. El respeto por la privacidad no estaba a la orden del día. Las motos, la algarabía de los niños o el aleteo de los abanicos, conformaban la banda sonora de una forma de vida ya archivada. Sin duda, el ventilador y, sobre todo, el aire acondicionado tendrán algo de culpa en la percepción de la calle como zona alejada del hogar tal como lo entendemos hoy, es decir, como un núcleo cerrado.
En paralelo a este proceso, han nacido conceptos como los espacios híbridos, a los que nos referimos si un arquitecto o un artista llena de intencionalidad una acción concreta en la calle. De hecho, en cualquier festival de nuevas tendencias se suelen ofrecer performances o talleres para recuperar los lugares públicos cuando antes tan solo hacía falta sacar dos mecedoras, una mesa o incluso una tabla de planchar. Se trata de hacer propio un terreno que no es de nadie y a la vez es de todos, y reinterpretarlo de manera temporal para otorgarle un significado distinto.
En Berlín, metrópoli que ostentaba la más simbólica tierra de nadie en la Guerra Fría, nació el estudio Plastique Fantastique dirigido por Marco Canevacci. Desde su fundación en 1999 su propósito ha sido y es transformar la ciudad “en un laboratorio de experiencias espaciales y en una plataforma para desarrollar vivencias multisensoriales”. Como su nombre indica, el material predilecto del estudio es el plástico, polietileno reciclable al 100%, para construir burbujas inflables que se pueden llevar fácilmente a cualquier sitio. Pueden invadir la acera, pegarse a una pared o cobijarse bajo un puente. Por ejemplo, en España, Plastique Fantastique concibieron una exposición itinerante sobre nuevas tecnologías para la Junta de Castilla-La Mancha, exhibición que viajó por cinco localidades en una estructura conformada por dos globos unidos por un pasillo. Cual pompa de jabón, el elemento es ligero, diáfano, se puede inflar en tan solo treinta minutos y transforma el entorno en el que recae, creando un territorio fuera de los códigos que rigen las zonas públicas o las áreas de paso. Las esferas de Plastique Fantastique invitan a sentir de otra manera, sin inducir a una reflexión formal. Por ejemplo, en su instalación Karl Marx Bonsai (2008) situada en la Karl Marx Allee de la capital alemana, una superficie amarilla envolvía un árbol y dos bancos como una crisálida con forma de maceta. Los transeúntes entraban en la burbuja y allí disfrutaban de las performances de Marco Barotti y de la banda sonora compuesta por Lorenzo Brusci. Desde fuera, el árbol se transformaba en el bonsái de una maceta-globo aislado del trajín habitual de esa avenida.
En julio de 2010, el estudio de Canevacci creó Der Rettungsring, un salvavidas de grandes dimensiones instalado en la ribera del Spree a su paso por el barrio berlinés de Treptow. El inmenso neumático estaba colocado justo entre la orilla y el río, lo que permitía a los visitantes descubrir sensaciones totalmente nuevas: caminar sobre el agua, tumbarse en ella, es decir, hacer realidad el verso bíblico. Y este es tal vez el punto más novedoso de Plastique Fantastique: conseguir que estas estructuras efímeras, además de recuperar los espacios urbanos, cambien nuestra manera de percibir la ciudad frente al estatismo rígido de la arquitectura convencional. La experiencia es temporal sin duda, pero la memoria funciona como una caja de resonancia que reaviva la emoción cuantas veces lo deseemos.
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