Parece haber transcurrido un milenio desde que el origen geográfico —con sus particularidades culturales, climatológicas, políticas, socioeconómicas e idiosincrásicas— determinaba la esencia de la obra de cualquier creador. En realidad, no hace tanto tiempo. Hasta los años noventa, el lugar donde se desarrollaba un artista era aún, de una u otra forma, un aspecto relevante en su configuración conceptual y formal. Algo que en este instante es sencillamente anecdótico, más allá de las obviedades raciales. Hoy, desde una pantalla en la mano, tenemos acceso en tiempo real a cualquier hecho, se produzca donde se produzca; lo que ha generado que los intereses, preocupaciones y entretenimientos de la humanidad sean muy variados, pero extraordinariamente parecidos. Globalización, lo llaman.
En 2016, en el ADC (Art Directors Club) de Nueva York, tuve la oportunidad de ver una interesante exposición de carteles en torno a Shakespeare, realizados por grafistas de todo el mundo. En aquella muestra, entre otras muchas, había una lámina de Hamlet diseñada por Peter Bankov (Minsk, 1969). Nunca habría adivinado que esa pieza la había producido un diseñador nacido en Bielorrusia —cuando este país era todavía parte de la Unión Soviética—. Habría dicho: California.
En las llamativas composiciones desestructuradas de Bankov —de trazo ultraexpresivo e imagen anárquica— encontramos a uno de los muchos herederos creativos del icónico David Carson (Texas, 1955). Lo cual, en realidad, no debería resultar tan extraño. El trabajo del americano —símbolo de la denominada posmodernidad gráfica de la última parte del siglo XX—supuso un auténtico incendio, cuya combustión visual atrajo inmediatamente la atención de diseñadores e ilustradores de todo el mundo. Queda claro que, para el bielorruso, las corrientes de libertad plástica provenientes de la costa oeste americana debieron ser un auténtico hallazgo inspirador.
Graduado en la Escuela de Arte de Minsk en 1988 y en el Instituto Poligráfico de Moscú en 1993, Peter Bankov es considerado uno de los diseñadores más experimentales de Rusia, muy valorado por sus intensos carteles expresionistas. Además, es editor y director artístico de la publicación KAK, y fundador del estudio Design Depot en Moscú. Todo ello le ha valido diversos premios internacionales, y le ha posibilitado exponer —individual y colectivamente— en ciudades como Nueva York, Florencia, Varsovia, Escocia y Pekín.
Su estilo es pura energía –un tanto descontrolada–, en las antípodas de cualquier resquicio de racionalismo. El discurso tipográfico es por momentos kamikaze, rozando la ilegibilidad, pero también estimulante para el que se enfrenta a sus caóticas composiciones, en las que destacan textos caligrafiados, fotografías quebradas y pinceladas gruesas e irregulares. Cromáticamente, el negro es el ingrediente nuclear, que actúa como una cerilla arrojada a un bidón de gasolina, subrayando el fuerte carácter de sus trabajos. Entre lo ácido y lo naíf, Peter Bankov resquebraja el estereotipo que se le presupondría. Frío como el fuego, diría yo.