Entendemos la vida nómada como una experiencia subversiva. Ese acto rebelde de compilar los enseres personales y cargar con ellos de un lado a otro por elección propia, una conducta alejada de la estabilidad espacial de la propiedad privada. Lindsey Adelman apela a esa realidad a través de Paradise, una colección de lámparas que encarna el nomadismo y el arte de la acumulación, pero también la deconstrucción de varias estéticas al mismo tiempo.
Paradise, una colección de lámparas llena de estéticas
¿Dónde se traza el límite entre lo lujoso y lo ordinario? La ostentación y el alarde como una manera reivindicativa de mostrar el capital está ligada a un pensamiento decimonónicamente burgués. Aunque esa costumbre pretenciosa de acaparar bienes como símbolo de estatus acabó tergiversándose hasta el punto de ser considerada de mal gusto, quizás por su vinculación con la narcoestética.
No obstante, fue a partir del siglo XX cuando se produjo un descontento en los círculos elitistas del arte ante las nuevas corrientes: era un sacrilegio artístico lo que fuese de gusto popular y de fácil adquisición. En realidad, la experimentación kitsch o camp no es otra cosa que la elevación de una estética rechazada hacia la categoría de arte, por mucho que les pesase a las mentes refinadas. Hacer de los objetos cotidianos algo extraordinario; reconvertir lo barato y conocido mediante la etiqueta de lujo.
¿Acaso no se ha buscado siempre sembrar esa reacción frente a la doctrina con movimientos como el surrealismo o el Estilo Memphis? ¿No lo siguen haciendo ahora los Hermanos Campana o la propia marca Qeeboo? A pesar de que la serie Paradise de Lindsey Adelman se acoja a un estilo similar a los mencionados, es cierto que su misión no es tan rupturista, sino que aboga por plasmar un paseo por lo exquisito, pero desde una perspectiva nómada. Un deambular geográfico e interno característico en nuestra historia: el implícito viaje hacia no sé sabe dónde y la necesidad de llevar siempre las manos llenas.
Paradise, la colección de lámparas de Lindsey Adelman
Ya en 2019, Lindsey Adelman presentó su obra escultórica Paradise city en la feria de diseño Art Basel de Miami. Lo que pendía en aquella sala eran luminarias de vidrio de distinto tamaño y forma; una acumulación de sucesos con apariencia frágil que podían estallar en cualquier momento. En Paradise sucede todo lo contrario. No se advierte flaqueza alguna en los orbes redondeados porque todo flota con absoluta naturalidad. La imagen que plasma es espontánea e impredecible, pero segura y elegante.
El diseño de Lindsey Adelman, aunque caótico, guarda similitud con una chandelier deconstruida. Todas las piezas que componen la colección son contrarias entre sí: globos de vidrio texturizado, cadenas de latón, alfileres pulidos, apliques de joyería y matices de color muy tenues. Es como si el síndrome de Diógenes se hubiese materializado frente a quien observa, y no cabe duda de que ese es el efecto que Adelman deseaba crear.
“Quería que se sintiera como un vagabundo, realmente bohemio para que parezca espontáneo y mucho menos prescrito en términos de cómo debe verse en una habitación. Quería que se sintiera opulento e indulgente, pero también que pareciera que podría cambiar en cualquier momento”.
Lindsey Adelman
La concepción de esta colección de lámparas de Lindsey Adelman está basada en un proceso de colaboración con el estudio Michiko Sakano y Vetro Vero, encargados de soplar el vidrio, y el artista textil Taryn Urushido, quien tejió a ganchillo los cables eléctricos a través de las cadenas de latón. La gracia de su construcción radica en las posibilidades de combinación que ofrece, dando lugar a varios modelos al gusto del cliente.
De ese modo, el conjunto se une apilando unos elementos sobre otros, provocando una impresión que encandila y al mismo tiempo desconcierta. Es tanto el detalle dorado con el que los orbes se visten que, en cualquier instante, podrían arrancar un movimiento al ritmo ochentero de Gold de Spandau Ballet. Con esta visión de Paradise, quizás esa práctica barroquista inclinada al horror vacui, tan presente en salones y palacios del XIX, todavía no se haya extinguido del todo.
Lindsay Adelman, los estudios Michiko Sakano y Vetro Vero y el artista textil Taryn Urushido.
Orbes de vidrio texturizado, cadenas de latón, alfileres pulidos y apliques de joyería.
En 2006, en Nueva York.