Uno todavía se acuerda de las natillas caseras de la abuela: cremosas, con una galleta maría en el centro y reposadas sobre una tarrina de barro. Y de las macetas del jardín, y de cómo pesaban. También de los platos decorativos en las paredes —a quién no le regalaron uno con la silueta de Benidorm o Peñíscola lacada en azul sobre fondo blanco—. Bendito material perdurable, demasiado rústico y poco portátil para aquel que bebe de botellas de plástico y consume fruta debidamente empaquetada.
Terracota cocida, ingrediente asociado a la elaboración tradicional y cuidada. Relativo a la casa, a la tierra, a lo fabricado con las manos. Menaje del artesano que está en peligro de extinción por desuso. Sin embargo, y recientemente, el empeño del diseño por rescatar la loza está haciendo efecto. Uno de los que apuestan por ello es el joven ceramista de la Puglia, Giorgio di Palma, quien guarda entre sus propósitos la recuperación de procesos y formas artesanas, así como la ironía y la provocación en la reinvención de estas. “Hago cerámicas innecesarias. En una era de excesos y desperdicios, mi objetivo es crear objetos que hayan caído en el olvido desde su nacimiento, inutilizables pero imposibles de dejar atrás. Sobrevivirán gracias a la terracota, por lo tanto, serán eternos”.
Sus piezas tienen memoria, trozos de suelo que se han dejado dar forma para protestar contra el consumismo desenfrenado de la contemporaneidad. Helados, cámaras de fotos, teléfonos y cartuchos de escopeta gritan entre colores vivos un único canto: “lo que ahora se considera necesario está destinado a volverse superfluo mañana”. ¿Objetos cotidianos? Sí, pero de los años ochenta o noventa y que, caducos a día de hoy, han sido reemplazados por otros.
Qué irónico imaginar las creaciones de Giorgio Di Palma dentro de quince o veinte años: cientos de móviles de diferentes marcas, palos de selfi, uñas de gel y zapatillas con plantillas de aire yacerán en color anaranjado y pasados por el horno en alguna exposición. Es más, querido lector, esta ironía es la fuerza este trabajo. Qué, si no, iba a retar a la sociedad a pensar sobre el uso que hace de los objetos. Qué, si no, iba a hacer que nos cuestionemos la condición líquida de la producción y el consumo.