Hay bodegas que transcienden a la cata y a los matices, que son capaces de convertirse en auténticos referentes más allá del enoturismo de experiencia, visita y degustación. Y una de esas bodegas de vino es Vivanco. Ubicada a las afueras de Briones (La Rioja), en un paraje precioso protegido por la Sierra de Cantabria en el que se intuye la presencia del Ebro, este espacio es mucho más que un templo de la vinificación. Ha conseguido ser, gracias a su Fundación, un referente en la difusión de la cultura del vino, aquella que transciende a la bebida en sí y valora todo lo que rodea, desde el azadón más tradicional hasta las obras de arte protagonizadas por los blancos, tintos y rosados. Por eso los amantes de la cultura tienen un aliciente más allá del vino para visitar Vivanco.
EL ARTE COMO CONSOLIDACIÓN DE UNA CULTURA
Por eso cuando, en 2004, la familia Vivanco se propuso construir una nueva bodega el proyecto se estructuró mucho más allá del mero proceso de vinificación. Así nació el Museo Vivanco de la Cultura del Vino, un complejo de 4000 metros cuadrados en el que se aborda en diferentes niveles la relación del hombre con el vino, desde lo más cotidiano como los aperos de labranza hasta una colección completísima de restos arqueológicos y obras de arte.
Por encima de su labor didáctica, muy notable y eficaz, sobresalen los cuadros, esculturas y grabados que cuelgan de su sala 4, la dedicada al arte. Aquí el vino deja de ser el zumo fermentado de uva para convertirse en inspiración y símbolo. La retrospectiva es completísima y muy coherente, con estelas y vasos funerarios, cráteras y vasijas que ejemplifican la dimensión mítica y religiosa del vino. Obras en las que la vid, su fruto y su bebida simbolizan la algarabía y la desinhibición sin olvidar su papel en las diferentes religiones que, o bien le han dedicado un dios alegre y parlanchín, o bien lo han convertido en un vehículo entre el mundo divino y el humano. Una primera etapa, la correspondiente a la Prehistoria y la Edad Antigua, en la que los mosaicos romanos o las esculturas griegas caricaturizan a la par que mitifican el vino, demostrando su relevancia en el día a día de estas civilizaciones.
La cultura judaica y cristiana tiene una relevancia especial con dos lecturas posibles. Por un lado, está la conceptualización del vino como sangre de Cristo que se refleja en obras como ‘El Lagar Místico’ de la Escuela española de Castilla o la escultura de mismo origen ’Virgen con el niño’ en la que María sostiene un racimo de uvas que el Niño Jesús se afana por alcanzar. Por el otro, está la visión juerguista del vino, con cuadros y esculturas en las que las bacanales se idealizan y los borrachines se convierten en personajes socorridos del arte más costumbrista como sucede en ‘Entre dos luces’, un óleo de Joaquín Sorolla.
La contemporaneidad está representada con sus nuevos lenguajes en los que el vino y su imaginario son universales. Como si fueran una musa reconocible, este ‘leit motiv’ resiste a la abstracción de Miró en ‘Le Troubador’, donde un sacacorchos parece bailar al amanecer. O incluso ser un oasis en el Informalismo de Tàpies en ‘Copa’ o ser una divertida piscina-mancha en la que los moñigotes de Juan Genovés se lo pasan en grande. Obras, todas ellas, con las que se remata un paseo por una bodega que soñó ser un museo… y viceversa.
UNA APUESTA POR EL GRABADO
Esta disciplina artística cuenta con un protagonismo propio en la colección por compartir con la Fundación el afán por difundir la cultura y por ser una forma de arte un tanto infravalorada. Se trata de una amplia muestra de grabados en los que el vino es protagonista y que supone, también, un viaje por la historia de este método desde el Renacimiento hasta nuestros días. Su puesta en valor va más allá de la mera presencia en este museo por su conexión temática. Aquí sobresalen creaciones seriadas curiosísimas de artistas como Mantegna, Juan Gris o Picasso. Estos dos últimos profundizan, son sus obras, en lo bien que el Cubismo encaja con los grabados y en cómo los nuevos lenguajes también requerían de nuevas técnicas.
Pero este vínculo no se acaba en los grandes nombres. Desde hace 10 años, la Fundación Vivanco para la Cultura del Vino y la Escuela Superior de Diseño de La Rioja (ESDIR) trabajan de la mano en promocionar esta disciplina mediante el Premio Internacional de Grabado y Vino. Un concurso con el que se busca incentivar a los más jóvenes creadores con una recompensa única: poder exponer en un Museo por el que cada año pasan decenas de miles de visitantes de todo el mundo.