¿Puede el diseño contemporáneo convivir armónicamente con el aura histórica de una mansión barroca? Hasta el 1 de octubre, la exposición Mirror Mirror. Reflections on Design nos demuestra que tras los muros de la imponente Chatsworth House hay cabida para las creaciones de Max Lamb, Fernando Laposse o Faye Toogood, entre otros. Por muy contemporáneo que parezca, el art design también puede crear sinergias con la memoria más antigua.
La herencia de Chatsworth House
Aleksandr Sokúrov nos revelaba los secretos de la rusia imperial en su película Russian Ark con tan solo un plano secuencia. En ella atendemos en primera persona, como voyeurs anacrónicos, al contexto de un baile en el Palacio de Invierno durante 1913. Podríamos decir que es la única manera de asomarnos a un pasado que ya no existe, a una realidad distante y familiar que, con suerte, se conserva tras alguna vitrina —como espejismo decorativo— del Museo Hermitage en San Petersburgo. Solemos sentir lo mismo al otear las arquitecturas que salpican la campiña inglesa de Peak District. Folies en medio de un paisaje, aparentemente inmaculado, que abrazan el tópico del beatus ille y acrecientan nuestro deseo de saber si todo permanecerá intacto en sus interiores.
Tras los imponentes muros de Chatsworth House —una construcción de 400 ha ubicada en Derbyshire— se esconde un testimonio de creatividad congelado en el tiempo. Una tarea que las sucesivas generaciones de la familia Cavendish han mantenido vivo gracias a tesoros como dibujos de Tiziano, Durero y Van Dyck o pinturas de Rembrant, Murillo y Lucian Freud. La herencia de esta casa señorial se revela a día de hoy como una verdadera galería de arte.
Y, por extraño que parezca, también hay sitio en ella para el diseño contemporáneo de Max Lamb, Michael Anastassiades o Faye Toogood, como nos demuestra la exposición Mirror Mirror. Reflections on Design —en asociación con la galería Friedman Benda de Nueva York— hasta el 1 de octubre.
Diseño contemporáneo conviviendo con la historia
Igual que Sokúrov nos introducía en una sola toma por toda la escenografía de la corte zarista, esta exhibición nos empuja por los aposentos de esta edificación del siglo XVI; conquistados por piezas de extrema actualidad que parecen haber estado siempre ahí, conviviendo armónicamente con las estancias. No nos sorprende cuando en la sala de música nos topamos con el trono de la diseñadora surcoreana Jay Sae Jung Oh. Un asiento o trampantojo compuesto por instrumentos musicales rotos que, de un modo caótico, se unen entre sí atados con capas de cordón de cuero. El resultado es una topografía que nos instiga a buscar las siluetas familiares como en un juego de anamorfosis.
Tampoco desentona el gabinete Furry de Fernando Laposse presidiendo la alcoba estatal. Una suerte de vestidor esponjoso y artesanal —creado con fibras naturales de las pencas del agave— que aporta a la solemne sala un atisbo de travesura. Como hace la cama Enignum de Joseph Walsh: un mueble que ondea y escala como una hiedra de madera curva hasta alcanzar los frescos de James Thornhill. En esta fantasía atemporal, incluso el jardín y sus alrededores también se ven contagiados por la modernidad, porque donde antes habría rosales, ahora parecen brotan los bancos esculturales en bronce de Wendell Castle.
Todo este art design no deja de crear sinergias con las antiguas memorias que habitan la casa. El filme de Sokúrov terminaba con el misterioso narrador abandonando aquel palacio mientras decía que “estamos condenados a vivir para siempre”. Y puede que, tras esta visita momentánea en la que hemos podido coexistir en sincronía con otra era, al salir de Chatsworth House la sensación sea la misma.
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Hasta el 1 de octubre de 2023.