Palazzo Senza Tempo diseñado por Mario Cucinella se propone revitalizar el casco histótico de Peccioli. Por un lado, se ha rehabilitado un palacio del siglo XIV —en realidad, un agregado de edificios en el borde oriental del municipio—, manteniendo su función residencial y añadiéndole otros usos comunales y culturales. Dispone de un vertiginoso voladizo de 600 m2. Es un inmenso mirador sobre el valle, pero también una plaza —ganada al aire como otros se las ganan al mar— que queda inserta en el tejido urbano.
Peccioli a la vanguardia de la arquitectura
Peccioli es un pequeño y pintoresco borgo medieval de la provincia de Pisa, emplazado en una estrecha elevación sobre los viñedos y olivares de la siempre civilizada campiña toscana. Pero es también un caso singular de gestión desde que en 1997 se constituyera una empresa mixta, controlada por el ayuntamiento y por los vecinos.
El Laboratorio Peccioli —como se le ha llamado— es un éxito que ha sido llevado incluso a la última Bienal de Arquitectura de Venecia y que, sobre todo, ha proporcionado recursos para revitalizar la población y acometer audaces propuestas de recualificación del entorno urbano, como este Palazzo Senza Tempo diseñado por Mario Cucinella.
En Italia, la adición de piezas modernas a cascos históricos suele considerarse delito de lesa majestad, las normativas son férreas. Así que hay que valorar especialmente el atrevimiento multiplicador del Palazzo Senza Tempo. Por un lado, se ha rehabilitado un palacio del siglo XIV —en realidad, un agregado de edificios en el borde oriental del municipio—, manteniendo su función residencial y añadiéndole otros usos comunales y culturales. Por otro, en el espacio de una construcción derruida en un nivel más bajo, se ha edificado un nuevo volumen que hiende la cornisa del pueblo sobre el valle y la proyecta más allá de sí misma.
La propuesta de Mario Cucinella
Este elemento es un dispositivo extraordinariamente ingenioso, un gesto dinámico que expande la ciudad con un vertiginoso voladizo de 600 m2. Es un inmenso mirador sobre el valle, pero también una plaza —ganada al aire como otros se las ganan al mar— que queda inserta en el tejido urbano. En las dos plantas que hay por debajo del Palazzo Senza Tempo, el edificio se recoge, pero se abre igualmente a las vistas por vidrieras de suelo a techo que, durante la noche, dibujan una ambigua y fascinante herida luminosa en la cornisa.
Cucinella traslada a los recorridos y conexiones el juego de contrastes y giros propios de los trazados medievales. Desde la calle se accede al mirador a través de un patio con arquerías que se ha cubierto con una montera de vidrio. Los espacios crudos del palacio, con la madera de las vigas, el ladrillo y la piedra a la vista, conectan con los ámbitos diáfanos de la nueva construcción mediante una escalera interior ligera, que pone en valor la parte histórica, y otra perimetral y exterior, como una suerte de paseo de ronda. Un ensanche de la villa y una compleja dotación comunal en una sola operación densa, ingeniosa, innovadora.
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