Como el Ron Arad de sus primeros tiempos, Marc Newson es uno de los pocos diseñadores contemporáneos que entiende el territorio de la pieza de colección como un discurso paralelo, pero relacionado con su trabajo industrial: un laboratorio donde experimentar con las posibilidades de los procedimientos artesanos que permite la tradición cuando esta se desplaza a regiones por explorar. La variedad de su reciente exposición en la Gagosian Gallery de Hong Kong —la primera del diseñador australiano en tierras chinas— reúne un exquisito conjunto de obras cuya aparente diversidad es, en realidad, de una homogeneidad incontestable.
Por una parte, una tumbona y una butaca que llevan a la escala del cuerpo humano la ancestral técnica china del esmalte cloisonné. A Newson le llevó seis años encontrar un taller a las afueras de Pekín capaz de afrontar el reto. Hubo que construir un horno especial del tamaño de un garaje para hornear objetos de una dimensión inédita para este proceso —similar al empleado en los huevos de Fabergé—, y con el que se producen cerámicas y figuras de no más de diez o quince centímetros. Formado en su juventud como joyero y platero, Newson asocia, con una naturalidad que estremece, su característico lenguaje fluido y aerodinámico a estas joyas habitables: una en blanco y otra en negro, como el yin y el yang, con motivos orientales propios del género como son las magnolias y la flor del cerezo.
Por otra parte, ha desarrollado asientos de vidrio colado elaborados con similares planteamientos en la República Checa. Integrados por cuartos de esfera superpuestos, evocan, no por casualidad, la iconografía bulbosa y pop de los primeros muebles de plástico inyectado de los sesenta. En un caso y en otro se juega con los desplazamientos de escala, pero también con los tipológicos y los culturales.
Por último, una espada japonesa Aikuchi realizada en estrecha colaboración con Hokke Saburo: un anciano y sabio espadero de los muy pocos que guardan aún el secreto de estas preciadísimas armas. La pieza dialoga enigmáticamente con una tabla de surf dorada, como si el Pacífico que separa el Japón de la Australia natal del diseñador hubiera depositado en la playa dos pecios delicados y conmovedores.