Todo empezó en Toronto a finales de 2012. Allí visité Mjölk, una tienda que me recomendó mi amigo Eero Koivisto, de Claesson Koivisto Rune. Los propietarios, John Baker y su esposa Julie, me propusieron que ideara algo para ellos y, como italiano, aproveché la ocasión para hacer un juego de café, ya que, además, no tenían ninguno en su catálogo.
Para darle forma al proyecto, colaboré con Lera Moiseeva, una amiga y diseñadora rusa que acababa de mudarse a Nueva York. Con ella comencé a pensar cómo desarrollarlo. Por un lado, quería inspirarme en el cromatismo de Jean Paul Goude. Y por otro, en Carmencita, un personaje que adoraba cuando era niño. Fue parte de la publicidad de Lavazza, y su aspecto único —creado por Armando Testa— influyó mucho en el perfil de Sucabaruca.
La idea era centrarse en el café filtrado, pero ralentizando el proceso para convertirlo en un ritual. Por eso viene con tres tazas: una para ayudar con el colado y las otras para beber. Son apilables y transmiten una sensación muy totémica. Y ahí entra en acción el material.
El conjunto es de porcelana. Ya había trabajado con cerámica alguna vez, así que usé mis conocimientos para la toma de decisiones. La primera edición se hizo en colaboración con Alissa Coe, que tenía su sede en Toronto. Fue muy interesante trabajar con alguien con tanta maestría. Más tarde, para reducir costes conservando la calidad, lo hicimos con Arita en Japón, que son las piezas que se pueden comprar hoy. De ahí, pasó al mundo y me sorprendió la atención que recibió.
Hicimos una exhibición en Mjölk durante el Toronto Interior Design Show (IDS) en 2013, y fue muy curioso ver cómo un producto humilde para una pequeña tienda había podido llegar tan rápido a tantos sitios. Además de tener una gran acogida, Sucabaruca ganó el Wallpaper * Magazine Design Award. Incluso hay una hermosa historia detrás. Recibí un dibujo de Sucabaruca hecho por un preso. Estaba tan enamorado de la colección, que la pintó durante sus ratos de ocio y me la envió. Cuando le pregunté por qué había decidido dibujarla, me dijo que Sucabaruca le provocaba mucha alegría y que estaba ansioso por probar el café una vez que volviera a ser libre.
Esto me hace ver que un pequeño objeto puede inspirar a mucha gente a lo grande. Por eso creo que envejecerá bien. Todas las piezas que tienen carácter no envejecen tanto. Además, la actitud de Sucabaruca y su presencia están fuera del tiempo, no están conectados a un momento específico. Ahí está su grandeza.
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