Esta coqueta ciudad austriaca lleva experimentando con las artes electrónicas y sus infinitos lenguajes más de cuarenta años. Un periodo en el que ha dejado atrás las reminiscencias mozartianas para reinventarse como urbe y como destino.
La revolución digital no se perpetró con guillotinas, pero sí con valientes. En el caso de Linz, sus protagonistas fueron el físico e informático Herbert W. Franke, el músico electrónico Hubert Bognermayr y los productores musicales Ulli A. Rützel y Hannes Leopoldseder. Nombres y apellidos anónimos para el gran público que en 1979 decidieron canalizar sus inquietudes culturales e innovadoras en un festival. Y es que el 18 de septiembre de ese año se inauguró la primera edición de Ars Electronica, una cita que no ha fallado desde entonces y que, conforme aumentaba su relevancia, ha ido esculpiendo la ciudad.
Más allá del particular santoral de esta iniciativa, Linz también tiene sus gramos de responsabilidad. Desde su emblemático puente de los Nibelungos se aprecia la importancia del Danubio en su florecimiento comercial y la trascendencia de las minas de esta cuenca en su industrialización. A la urbe no le falta ni su pasado gótico ni sus ilustres habitantes, entre ellos Johannes Kepler o Mozart, pero la vorágine del progreso ha ido moviendo sus calles y sacrificando el pretérito perfecto. Aunque no se resiente por ello, ya que, mientras sus vecinas Múnich y Viena se coronaron con emperifolladas dinastías, Linz se entregó a los tiempos modernos. Un espíritu que aún la define y que también se contempla desde esta titánica pasarela.
En la ribera norte, la más joven de las dos, se yergue el Ars Electronica Center. Renovado en 2009 por el estudio de arquitectura austriaco Treusch, el edificio sustituyó al viejo Museo del Futuro que se había inaugurado en 1996. El objetivo de este lavado de cara fue el de ampliar sus funcionalidades, acoger más eventos y, de paso, transformarse en un icono realmente vanguardista. Una tarea lograda con la flamante cubierta de 5000 m2 —compuesta por 1100 paneles led— con la que ahora ejerce de Torre Eiffel: lo mismo anuncia el nuevo año que la victoria del equipo local. Eso sí, dentro se despoja de toda frivolidad para acoger exposiciones que oscilan entre las innovaciones científicas y las instalaciones lumínicas y videoarte. También sorprende con sus salas fijas como Deep Space 8K, en la que el visitante se sumerge en las mejores experiencias de visualización, o Deep Space Interactive, en la que las proyecciones juegan con niños y adultos.
Al otro lado del río, el Lentos Art Museum no envidia demasiado las fiestas en la fachada de su vecino de enfrente. De hecho, esta institución abierta en 2003 fue la pionera en la ciudad en jugar con luces, reflejos fluviales y transparencias gracias a una piel juguetona y a una forma escultórica diseñada por Weber and Hofer. Pero, más allá de los shows de su exterior, lo que realmente llama la atención es una colección que heredó los Klimt, Kokoschka y Schiele del magnate Wolfgang Gurlitt y que se ha ido ampliando con otras donaciones y adquisiciones.
Con estos dos iconos como faros, Linz vibra imparable. De hecho, su espíritu inquieto se vuelve más callejero y heterogéneo en el OÖ Kulturquartier, una manzana ubicada en el corazón de la ciudad, donde se pueden encontrar desde espacios gastronómicos experimentales hasta salas de conciertos, galerías de arte e instalaciones asombrosas. Por eso no es extraño ver cómo niños y adultos disfrutan de sus construcciones efímeras como si fuera un parque más. Al fin y al cabo, la identidad rabiosamente cultural y cibernética de Linz no se impone a sus ciudadanos, sino que se inocula.