La Cava Baja, Puerta Cerrada y la calle Segovia conforman un mapa del Madrid antiguo a menudo olvidado. Un Madrid retratado, por ejemplo, en los sainetes barrocos o en las novelas decimonónicas y que estuvo a punto de perder su integridad por el abandono que sufrió tras la Transición.
La Posada del Dragón, situada en la Cava Baja y construida en 1868, es una suerte de superviviente. Albergó durante más de siglo y medio las idas y venidas de viajeros y negociantes que llegaban a la Villa y Corte en busca de sus mercados y de oportunidades de negocio y de trabajo. Aquel edificio, obra del Marqués de Cubas, incluía una cuadra y lugar para tres coches de caballos. Su corrala, su fachada o el abrevadero de animales en el patio, fueron testigos de la vida de la posada y siguen siendo hoy elementos protegidos que se han integrado a la perfección en un interiorismo diseñado por Lanea, el estudio encargado de reconvertir la antigua casa de huéspedes en un hotel boutique de innegable actualidad.
Pero la nueva Posada del Dragón es mucho más que un hotel rehabilitado. Supone un viaje a las épocas más significativas de la ciudad a través de un diseño cuidado que huye del costumbrismo y que revisa en clave contemporánea los signos de identidad de Madrid. Así lo recalca el estudio: “el requisito del cliente era que este hotel tenía que ser inequívocamente de Madrid y no podía tener sentido en ningún otro lugar del planeta”. Por eso mismo, Lanea resuelve la intervención como un paseo por la historia matritense sin caer en tópicos y obviedades.
En este recorrido no falta ni siquiera un lugar de acercamiento a los restos de la antigua muralla cristiana que vemos en La Antoñita, el restaurante colindante integrado en el mismo proyecto. Pero son los dormitorios y sobre todo los cabeceros de los mismos, los elementos distintivos que funcionan como interfaces con las diferentes etapas de la villa. Según señala Gelo Álvarez, “frente a la contención necesaria en partes tan significativas como la fachada, la escalera o la corrala, encontramos en el interior de las habitaciones un espacio en el que pudimos desarrollar una faceta creativa más libre, siempre con los límites propios de la actividad”.
La planta baja es de inspiración castellana, más austera que la primera que se centra en los orígenes árabes de la antigua Medina Magerit. La segunda planta se encarga de recordar que Madrid se convirtió en 1561 en sede de la corte y por ende en capital del reino por voluntad de Felipe II. Sin aludir a la realeza, cada habitación habla de su mecenazgo en el campo de la pintura con cabeceros en vidrio impreso que recogen láminas expuestas en el Museo del Prado. La planta tercera se dedica al Madrid más contemporáneo, que arranca en los años 50 pasando por la Movida en una mezcla entre vintage y vanguardismo, y que se refleja por ejemplo en los papeles pintados o en elementos de decoración rescatados del cercano Rastro.
Pero no todo se constituye con guiños a la tradición. Nacho Álvarez, fotógrafo y cofundador de Lanea, realizó un reportaje fotográfico ad hoc de lugares y monumentos de Madrid. En cada imagen se reflejan sus correspondientes coordenadas GPS, como una forma más actual de anclar el hotel en la ciudad. De hecho, de todo el proyecto se desprende un interiorismo realizado con mucho mimo y con total soltura para reinterpretar el pasado de la urbe en un espacio moderno y acogedor.
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