Al otro lado de los Alpes japoneses, el país nipón muestra su cara más tradicional, aquella que está menos expuesta al frenesí del eje comercial de su costa sur. Aquí el progreso ha sido asimilado de una forma más inteligente y menos voraz, haciendo que pasado y futuro convivan sin estridencias ni clichés.
Y sin embargo, toda esta premisa parece derrumbarse cuando se llega a su estación de tren. La llegada del tren bala o Shinkansen en 2015 obligaba a la ciudad a prepararse para el futuro y para el turismo y la apuesta fue espectacular. Hoy su portentosa capa de cristal recibe a los visitantes, un manto moderno proyectado por Ryuzo Shiroe que la llena de luz y que tiene un remate un tanto sorprendente: una puerta inspirada en el tsuzumi, un tambor tradicional asiático. Una concesión a la fotogenia visual que no traiciona el ADN de Kanazawa.
A diferencia de otras ciudades históricas japonesas, la capital de la prefectura de Ishikawa siempre tuvo su castillo en el corazón de su urbanismo. Un trazado que se conserva en la actualidad y que hace que toda avenida acabe desembocando en sus antiguos muros. Tal y como sucede con otras fortalezas de la isla, la mayoría de sus edificios fueron quemados por un incendio, pero las diversas reconstrucciones han mantenido su esencia imponente y palaciega. No obstante, lo más importante de este complejo es el jardín de Kenroku-en, una de las joyas del paisajismo de la época Edo y toda una demostración de que agua, amplitud, aislamiento, artificialidad y antigüedad, mezclados en armonía, son los elementos fundamentales de cualquier jardín.
La relevancia de Kenroku-en va más allá de su magnetismo turístico. Pasearlo e impregnarse de la esencia tranquila de Kanazawa. Un ejercicio que hizo el estudio SANAA hace casi veinte años cuando idearon el Museo del Siglo 21. Su diseño es pura geometría, con una planta circular de 112 metros de diámetro de la que sobresalen varios prismas en un ejercicio que huye de la espectacularidad barata. Aquí solo interesa el minimalismo, la sencillez y el diálogo con el exterior a través de una cristalera. En los días más desenfocados, es difícil distinguir dónde acaba el jardín y empieza el arte. A esto hay que sumarle la colección que alberga, donde destaca la intervención en forma de piscina de Leandro Erlich o la Activity House de Olafur Eliasson. Los mismos preceptos de paz y líneas mínimas inspiraron, una década después, al estudio Coelacanth K&H en su biblioteca municipal, cuyo interior se ilumina a través de una constelación de ventanas. Otro ejemplo de cómo pasado y presente maridan sin neones en este lado de Japón.