El arquitecto nipón Junya Ishigami construye en China un museo abierto a un lago artificial, un museo que no es nada más que un paisaje.
Arquitectura japonesa para hablar con el entorno
La construcción de una identidad definida se ha convertido en una de las tareas prioritarias para sobrevivir en el competitivo territorio de los estudios que entienden la arquitectura como una actividad comprometida culturalmente. En otros momentos, esa identidad se podía heredar de una tradición o basarla en la capacidad de un individuo para generar un lenguaje original e intransferible. Es el caso del arquitecto Junya Ishigami, el último de un Star-system de arquitectos japoneses que va desde Toyo Ito y Kazuo Sejima a Kengo Kuma, Go Hasegawa, Sou Fujimoto, Jun Igarashi o Ippei Takahashi.
El trabajo de Ishigami ha sido objeto de estudio frecuente en el marco de una arquitectura próxima a la naturaleza, un interés compartido por la constelación de arquitectos nipones de finales del siglo XX y principios del XXI. Ahora, en su recién inaugurado museo kilométrico en Rizhao (Shandong, China), maximiza el compromiso de la propuesta con el propio entorno natural.
Museo de Arte Zaishui: un edifico, unas columnas y una cubierta
En incontables ocasiones, las obras de Junya Ishigami han puesto de manifiesto sus cualidades arquitectónicas, pero también la preeminencia de un valor escultórico. Sin embargo, a diferencia de otros proyectos de escala más modesta —como el Plant Building(2008) las Island Gardens(2010), el KAIT Workshop(2008) o la House with Plants (2012)—, este museo se erige en una naturaleza artificial. Su implantación se efectúa sobre un lago artificial enorme, y su fusión con este se produce a través de unas grandes aberturas a modo de gran frontón porticado. Unos huecos para dejar entrar el agua inundando partes del volumen, por medio de una pavimentación que diluye su relación entre lo de dentro y lo de fuera.
Su vínculo con el medio se suaviza por la forma sinuosa de la planta, así como por las ondulaciones y las pendientes que dibuja la cubierta a lo largo de la sección. La repetición de los componentes sustentantes presentes en los alzados y dispuestos irregularmente en la fachada generan en el edificio una sensación de frontera difuminada gracias a un vidrio que ni se percibe. Aquí, Ishigami ha conseguido crear un paisaje: un valle arquitectónico de más de 20 000 m2 que no se sabe cómo, logra aguantar un pesado y másico techo de hormigón.
El lago arquitectónico de Junya Ishigami
Si bien este museo trata la particularidad de relacionarse con un borde fluvial, las secciones inferiores de los paneles de vidrio tienen orificios que canalizan el agua del lago hacia dentro del conjunto arquitectónico. El armazón despliega una gran galería de exposiciones longitudinal en cuyo interior, cuando se recorre, uno queda rodeado como en una isla. Esta sensación se enfatiza cuando la cubierta cambia de cota: en algunos lugares es alta, permitiendo la entrada de luz, mientras que, en otros, su punto más elevado se reduce gradualmente para quedar reflejado en el agua. Pero también al contrario: presentado un juego rítmico y armónico con la inestabilidad de las columnas.
Esto es algo muy característico en el trabajo de Junya Ishigami, ya que en sus proyectos incorpora nociones que hacen referencia a campos, bosques, montañas, valles, ríos, lagos, nubes y niebla. Como si fuesen experimentos, estos sistemas existen como temas que más tarde se transfieren a la arquitectura. Lo singular de las piezas resultantes es el hecho de que los fenómenos naturales son el material con la que estas se terminan construyendo.
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Junya Ishigami es un arquitecto japonés reconocido por su enfoque experimental de la arquitectura.