Diederik Schneemann y Aldwin van Krimpen, diseñador y fotógrafo respectivamente, colaboraron para crear un nuevo concepto de Food Design llamado Rubdish —del inglés dish (plato) y rubbish (basura)—. Rubdish es una serie fotográfica de platos que parecen alta cocina, pero que no lo son. Ni si quiera son aptos para el consumo humano, a no ser que estemos hablando del menú de un faquir. El objetivo era concienciar sobre el deshecho, proponer esa producción circular de la que llevamos años oyendo hablar y que no termina de materializarse a gran escala.



Más allá de las buenas intenciones y del omnipresente discurso sobre el desgaste planetario, paremos un segundo y prestemos atención a nuestra reacción ante estas imágenes. Si es usted capaz de detectar los verdaderos ingredientes, puede que sus papilas gustativas se contraigan de golpe, pero seguro que antes de eso no ha podido evitar evocar los sabores de lo que creía haber visto.

Bajo el sugerente pseudónimo de Jacques La Merde se esconde Christine Flynn, chef canadiense y fan fatal de la comida basura. Sus creaciones son maravillosas propuestas de doritos, galletas oreo, chicles o gusanitos; nada que no se pueda encontrar en una máquina de vending, pero tratado de una manera exquisita. Jacques La Merde ennoblece estos productos con primor y, de la triste experiencia de recoger una chocolatina de debajo de una tapa de metal, nos lleva a un restaurante de estrella Michelin a golpe de emplatado de lujo. Un poco como en esas películas americanas en las que, con un poco de maquillaje y ayuda experta, la chica de clase fea e invisible conquista al capitán del equipo de fútbol de un día para otro. Ah… ¡el poder de un cambio de look! En este caso, un cambio de look que nos hace salivar.

Comer —junto con el sexo— es de las pocas experiencias que comprenden los cinco sentidos, pero a medida que nuestra cultura evoluciona, parece que poco a poco la vista predomina sobre los demás. Ambos proyectos, que no guardan relación aparente, nos hablan de las apariencias, de lo fáciles que somos de engañar con un poco gracia estética. Nos habla de nuestro esnobismo, de parecer más allá del ser. De la cultura del sucedáneo y de lo falso. El discurso va mucho más allá de lo que vemos y, al mismo tiempo, está todo ahí. La conclusión podría ser que una mierda, con un lazo, gusta a casi todo el mundo.
Visita la web del fotógrafo Aldwin van Krimpen.