Fallecido en 2013 a los 87 años, Henning Larsen es el fundador del estudio que lleva su nombre y que, hace unos meses, recibió el Premio Europeo de Arquitectura 2019. Operando siempre en un compromiso estricto con “el mundo y las personas reales”, sus edificios constituyen hoy un ejemplo de carácter para la cultura del siglo XXI.
“La arquitectura es la antítesis del principio de la Coca-Cola”, afirma Louis Becker, director creativo de Henning Larsen Architects. Una sentencia que podría parecer astutamente enunciada en estos tiempos veloces de efectismo, pero que, sin embargo, manifiesta su sentido cuando se examina el recorrido de este estudio, creado en 1959 por Henning Larsen, una de las figuras clave de la segunda mitad del siglo XX.
Esta disciplina no debería concebirse como una fórmula indiscriminadamente exportable aunque, como la celebérrima bebida, sea un producto con demanda global. Esa idea, que distingue la filosofía de la firma, es precisamente lo que ha destacado el jurado del Premio Europeo de Arquitectura 2019: “Sus poderosos diseños y su singular visión exaltan lo mejor de la arquitectura moderna. Sus edificios son a la vez complejos, icónicos, provocadores y profundamente artísticos. Desde su fundación, el despacho ha explorado las fronteras del diseño en su propósito de crear construcciones más sostenibles y habitables, así como ciudades más prósperas para sus habitantes. Henning Larsen planteó su trabajo como un gesto de generosidad, esforzándose por poner en contacto a los usuarios con su ámbito local, algo que les permitió experimentar lo inesperado”.
La comprensión de la arquitectura como una herramienta de democracia se muestra en sus obras con una particular sensibilidad; incluso con una verdadera autenticidad. Porque a menudo se usa la palabra “democracia” como un mero pretexto retórico para justificar un objeto arquitectónico impuesto como una extraña prótesis sobre un lugar. Sin embargo, el Ayuntamiento de Eystur (2018) o el Auditorio Harpa (2012) —desarrollado junto al artista Olafur Eliasson— confirman la integridad de este despacho: proyectos de muy diferente escala, contexto y función donde se unen una resolución estética novedosa e imprevisible y una estudiada atención al vínculo que entablará con los ciudadanos y su entorno.
Quizá una manera de apreciar esa cualidad sea resaltando la contemporaneidad —sin estruendos ni vanidad— de Larsen: “La arquitectura tiene una obligación con el mundo real y las personas reales”. The Wave, por ejemplo, es un complejo residencial situado en el Fiordo Vejle (Dinamarca), cuyo atrevimiento recuerda al Centro Heydar Aliyev de Zaha Hadid o a algunas propuestas de Bjarke Ingels. Sin embargo, aquí es despojado de cualquier grandilocuencia autoritaria, para revelar la capacidad de convertir sus formas en escenarios pragmáticos y cotidianos en diálogo armónico con el paisaje.
De Dinamarca al mundo
La trayectoria de Larsen fue prolífica y heterogénea, despuntó como uno de los primeros proyectistas daneses que trabajaron en el exterior. Se formó en la Real Academia Danesa de Bellas Artes y prosiguió su educación en la Architectural Association de Londres y en el Massachusetts Institute of Technology. La Embajada de Dinamarca en Riad (1979), la Biblioteca de Malmö (1997) o la Ópera de Copenhague (2004) son claves en su carrera. Sin olvidar el campus en Dragvoll de la Universidad de Ciencia y Tecnología de Noruega (1968), donde introdujo los planteamientos sobre luz y espacio que desarrollaría a lo largo de su vida y que le hicieron ganar el apelativo de “maestro de la luz”.
Posiblemente, uno de sus hitos más importantes sea la sede del Ministerio de Asuntos Exteriores de Arabia Saudí (1984), un icono de fuerte complejidad conceptual donde, como señala el crítico William J.R. Curtis, Larsen fusionó abundantes referencias árabes con rasgos procedentes de otras culturas orientales y occidentales de diferentes épocas. En sustancia: “Una reinterpretación de la estratificación espacial y la ambigüedad visual propias de la arquitectura islámica”.
Detrás de estas propuestas se encuentra la búsqueda de respuestas difíciles, alejadas de lo obvio, de las que emerjan soluciones atractivas como una síntesis de innovación, originalidad y coherencia. Lo que vemos en el Centro Cívico Etobicoke de Toronto, donde —además de un complicado tejido de zonas interiores y exteriores—se ha realizado una exhaustiva investigación de las condiciones microclimáticas, que va a posibilitar que las áreas al aire libre puedan ser usadas cinco semanas más de lo que habitualmente permitiría la climatología local.
Política, urbanismo y paisaje
En el Ayuntamiento de Eystur, el equipo danés propuso una interesante reformulación de las relaciones entre ciudadanía e institución pública. Para ello, rompieron las reglas sobre cómo debe ser el aspecto de un edificio cívico y su comportamiento. Con el fin de disolver cualquier connotación de jerarquía y a través de un gesto audaz —como convertir el Ayuntamiento en un puente sobre un río, con muros acristalados y una cubierta verde—, se plantea una unión indisoluble entre construcción y naturaleza, y la posibilidad de establecer nuevos vínculos entre individuo/sociedad y órganos de gobierno democrático.
Larsen dejó consolidado un espíritu que hoy sus sucesores mantienen intacto y vivo. “Creemos que todo proyecto debería sumar valor a la sociedad, a los usuarios y a la comunidad, más allá de cuál sea su función”, afirman desde su sede central en Copenhague. Así, su quehacer sugiere las ideas a las que la arquitectura debe abrirse hoy con prioridad, para hallar los parámetros desde los que seguir evolucionando como disciplina creativa y técnica.
De ahí que la sostenibilidad sea uno de sus principios primordiales, entendida no solo desde lo ecológico, sino también desde lo económico. Como también lo son el delicado esmero por la luz natural en sus espacios o los términos “innovación” y “conocimiento”. “Todos nuestros conceptos están basados en evidencias y poseen un fundamento científico”, aseveran. La investigación es, pues, una constante en la actividad del estudio. De hecho, financian tesis doctorales relacionadas con todos estos aspectos. No en vano, la Fundación Henning Larsen — creada en 2001— nació con el objetivo, por un lado, de apoyar a los jóvenes arquitectos daneses mediante la concesión de becas; y, por otro, con el de difundir el conocimiento de la arquitectura a través de otras artes como la fotografía, el dibujo, el cine o la música.
El espíritu de Larsen
Si se echa un vistazo a las obras recientemente finalizadas, pueden destacarse el Ayuntamiento de Kiruna (Suecia), la Ópera de Hangzhou (China) —que se levanta como un resplandeciente icono blanco— o la planta de tratamiento de aguas Solrødgård, cuya cubierta verde sirve como parque y con la que se busca reflexionar sobre el impacto ecológico de las infraestructuras públicas. Construcciones que confirman la intensa dedicación del despacho a las diferentes escalas, en muy diversos contextos y siempre aportando respuestas con nuevos matices.
El reto es sostener esa dinámica sin desvirtuar el espíritu con el que Larsen gestaba su labor. Es decir, sabiendo que, por encima de la eficacia y la pulcritud técnica, la tarea más esencial del arquitecto es comprender con exactitud qué es lo que confiere a un edificio su atmósfera final. Quizá algo que pudiera tener que ver con aquella reflexión veloz de Wittgenstein: “Solo en una cara sonríen los ojos”. O lo que es lo mismo, crear arquitectura que sea fisonomía y cuyos componentes manifiesten una emoción fruto de la inteligencia y del trabajo.