La iglesia de los Trinitarios ha sido el último espacio en acoger Halo Boreal, una escultura cinética, monumental, del artista Vincent Leroy. En esta ocasión la instalación se ubica en el marco del On-Festival de Arlés; y aunque ya ha recorrido Francia y las ciudades de Bucarest, Bratislava o Shanghái, quizá ningún enclave anterior le habría aportado tantas connotaciones como este.
El misticismo en movimiento de Vincent Leroy
Los proyectos de Vincent Leroy están plagados de elementos que apelan al estado de magia y misticismo que tan bien representa Halo Boreal. Son radicalmente poéticos. Sus esculturas megalómanas se encuentran colgadas en algún lugar inquietante e inesperado— como sucede en Bubbles Canyon—, dotadas de movimiento, no siempre real, pero sí implícito en las formas. El óvalo y sus deformaciones son un referente constante en la búsqueda de ese dinamismo—presente en Molinoptere o Floating line—; pero también lo son los materiales que emplea, como el vidrio de Illusion Lens y Floating Lens o el espejo de Floating particle o Slow lens.
8 metros de escultura cinética al ritmo de la aurora boreal
Su halo consiste en una estructura blanca, de 8 metros de diámetro, que gira suspendida imitando con su desplazamiento el ritmo de una aurora boreal. Los visitantes acceden a la nave principal del antiguo templo y en su centro descubren alojado el anillo, iluminado por las ventanas que aún conservan las vidrieras originales. De fondo, amplificado por la solemne acústica del ambiente, suena una composición musical producida por Jérôme Echenoz que acompaña la oscilación suave y conmovedora de la pieza.
Una vez allí pueden adentrarse aprovechando la apertura que genera la rotación circular que fluctúa, supeditada por el tamaño de los hilos casi imperceptibles que soportan el peso desde el techo. Introducirse, colocarse en su núcleo y experimentar cómo les envuelve. Y continuar caminando hacia el ábside hasta salir del objeto.
Este recorrido es el que imagina Vincent Leroy para el espectador y así lo ilustra repetidas veces en los vídeos que documentan la pieza. Pero la experiencia es completamente distinta dependiendo de su emplazamiento; no es lo mismo ver esta obra en una iglesia del siglo XVII que en una plaza o en una sala de mármol blanco del Museo Nacional de Arte Contemporáneo de una ciudad de Europa del Este.
En Arlés queda patente la rotundidad con la que el espacio condiciona y modifica la intención creativa. La despoja de una parte de sus significantes para agregarle otros diferentes e interviene en el modo en que esta interpela al visitante, si lo hace de manera emocional, meramente visual o se adentra, como parece el caso, en el terreno espiritual.