No es fácil intervenir lo vernáculo, mucho menos lo histórico. Pero en Tritium Winery —una bodega del siglo XV situada en Cenicero (La Rioja)—, Francesc Rifé ha demostrado que el diseño es capaz de preservar la esencia de un enclave reinterpretando su larga historia, su atmósfera originaria y su relación con los materiales más elementales.
La Rioja: tierra de vino y arquitectura ancestral
El vínculo que existe entre el licor de Baco y La Rioja se remonta a siglos de tradición. Desde la época romana, las viñas de esta región se han cultivado, proliferando las bodegas subterráneas que servían de santuarios para que el vino reposase en penumbra y frescura, a salvo del sol abrasador y el cambio estacional. A día de hoy, estos bosques de barricas riojanos se presentan como construcciones funcionales que siguen manteniendo ese mismo simbolismo histórico en su utilidad y morfología.
Para la proyección de Tritium Winery, Frascesc Rifé se inspiró en dicha tipología clásica conservando los elementos originales y recuperando la estructura de piedra de este enclave del siglo XV. El encargo a Rifé no parece aleatorio, ya que en su porfolio se revela el respeto que muestra por la esencia primigenia de los edificios: la Casa San Martí (2018) o el Hotel Caro (2012) son algunos ejemplos. Es por eso que en esta nueva propuesta reivindica la misma convicción, equilibrando la estética con el fin de que los nuevos añadidos no dominen el carácter inicial del conjunto.
El respeto en la arquitectura de Francesc Rifé
El primer paso de Rifé ha sido el de recuperar una galería de 36 metros de longitud y 7 de profundidad; un ambiente dominado por la piedra que conserva la frescura necesaria para la crianza vinícola. La sutil transición entre lo pretérito y lo actual se consigue con la integración de materiales que no provocan ninguna distracción o disonancia visual. Esto es: acero negro y cristal ahumado para las estancias internas y madera quemada para la fachada. Una selección matérica que conecta la arquitectura con la vinicultura más atávica, confeccionando un espacio que no pierde de vista el entorno ni la atmósfera de recogimiento que lo caracteriza.
Exterior e interior termina conectándose en su totalidad gracias a la sinergia que se establece entre el roble y la piedra. Dos componentes —cada uno con su textura— que marcan el lenguaje compositivo, y que evocan una referencia directa a los barriles antiguos y al lugar donde estos reposan. El resultado es un recorrido inmersivo que nos sumerge en un viaje por el tiempo: uno donde la arquitectura actúa como testigo de una práctica ancestral y donde se define la cultura de una región que ha hecho del vino su principal emblema.
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En Cenicero, La Rioja.