Como medio de perpetuación de los recuerdos, la fotografía sigue siendo una herramienta fundamental para detener el tiempo y sortear el olvido. Es también una manera de adentrarse en el laberíntico espacio del arte. Cuando ambos usos se mezclan, surgen las obras de autores como Cody Ellingham, donde la memoria colectiva queda congelada en una narración visual que trasciende el objeto capturado. Son muchos los nombres que desde la perspectiva del fotorreportaje —pero con una clara visión artística— han creado trabajos ovacionados por la crítica. Valgan las series de Cristina García Rodero, Robert Capa o Ansel Adams, entre otros.
Con estas premisas Ellingham, neozelandés de nacimiento, ha dado forma a Calles de Shanghái. Un proyecto que inmortaliza la vertiginosa modernización de la capital y el cambio radical de su fisionomía: el apabullante crecimiento de rascacielos que está borrando la historia de los distritos más antiguos de la ciudad, especialmente de las viviendas comunales de Shikumen Lane.
Es precisamente en estas zonas abocadas a la extinción en las que Ellingham se ha fijado. En concreto, en las viejas casas hutong de inspiración colonial y destellos art déco, que aún conviven con la titánica arquitectura del siglo XXI. La fuerza de las imágenes se crea mediante tomas nocturnas. En ellas, las siluetas de esos colosos van perfilándose como el estandarte del progreso frente a las construcciones bajas, apiladas, llenas de cableado, semiderruidas y aparentemente abandonadas a un destino inevitable. La potencia del claroscuro —resaltada por el cromatismo de los neones— provoca un dramatismo decadente donde se confrontan lo viejo y lo nuevo, el pasado y el presente, la escala humana frente al gigantismo de rascacielos fríos y asépticos.
La serie Calles de Shanghái contiene imágenes de una gran belleza. De una gran belleza trágica. Además de perpetuar en la memoria la arquitectura de una época —su contexto y su destrucción—, Cody Ellingham consigue documentar y trascender la lucha de David frente al implacable Goliat de la modernidad. Eso sí, con unos resultados bien distintos a los de la historia bíblica. El giro de China hacia el supuesto bienestar contemporáneo es una apisonadora despiadada que viaja a velocidad de crucero. Algo que ha sabido recoger Ellingham en un proyecto que explora el pasado y, como él mismo dice, narra lo que va a ser el futuro.