A la hora de desarrollar un diseño, mi consigna clave es intentar traer a la realidad algo que no ha existido nunca, que viene de otra dimensión. Para mí, el diseño no deja de ser un objeto que hace un momento no existía y ahora sí. Por eso, más que una nueva silla, Soul es un monumento a todas las que he hecho hasta hoy. Es una condensación de lo mínimo y de lo máximo. Es una pieza lo suficientemente minimalista para poder producirla de forma industrial con un proceso muy avanzado, y lo suficientemente amplia para expresar mucha tradición.
Soul está compuesta de madera, plástico y aluminio. Cuando estoy trabajando no puedo olvidar que el material siempre pone limitaciones. Lo interesante es superarlas y conseguir ese efecto de “no límite”. Y Soul tiene esa capacidad de empujar la tecnología y la técnica a ese estadio donde la realidad se deforma y se convierte en sueño. Es por lo que también me llamo disoñador. En su desarrollo, esta silla se ha concebido para que no se entienda cómo está construida. Y en ese sentido, es mágica. Tiene ese componente asombroso de objeto virgen antes de existir.
En cada proyecto me exijo la perfección —lo he dicho muchas veces—, y creo que Soul roza esa perfección buscada de silla atemporal, exterior e interior, que resiste todas las condiciones meteorológicas, todos los golpes y que tiene alma. De ahí su nombre. La fase de creación ha sido como desvestirla y quitarle el tiempo, la materia; despojarla de lo que sería la palabra diseño y dejarla en un estado puro, ingravitatorio, como casi antes de llegar a la realidad. Incluso he ido más allá del producto industrial para acercarme a un objeto casi artístico.
Me encuentro en un momento en que quiero hacer obras únicas que tengan toda esta carga, pero con otros elementos, con otros métodos. Y creo que Soul no solo resuelve este milagro existencial de lo etéreo. Además de establecer un diálogo intemporal con la historia, es la conexión entre la pieza única y la pieza infinita. Eugeni Quitllet.