Eugenio Ampudia en la sala Alcalá 31. Madrid

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Eugenio Ampudia. Sostener el infinito en la palma de la mano. Alcalá 31. Madrid

Una de las tareas más complicadas que existen es la de poner títulos. Puede que su dificultad resida en evitar la evidencia o puede que radique en intentar que éste se convierta en un corto pero intenso tráiler que reúna todos los aspectos de los que puede uno llegar a disfrutar. En el caso de la actual exposición de la sala de exposiciones madrileña Alcalá 31, su cabecera se acerca más a ser fruto de lo segundo que de lo primero.

Eugenio Ampudia en la sala Alcalá 31. Madrid

Bajo el nombre Sostener el infinito en la palma de la mano, la trayectoria del artista madrileño Eugenio Ampudia es presentada como una selección de piezas empapadas de humor sutil y de una incitación al juego que, si bien él lanza con brío y poca vergüenza, no termina de conseguir que el espectador se involucre en tal medida a su cometido: pocos son los que caminan entre las agujas del Jardín del tiempo y menos son los que se atreven a tumbarse en los colchones de la planta superior y esperar a ser llamados por Morfeo.

El público sigue pecando de prudencia y pasividad, por lo que el artista no duda en dejarse ver por el espacio un sábado por la tarde para desmontar misticismos contemporáneos e insistir en el acercamiento de sus elementos favoritos: el espectador, el juego, la obra y el tiempo. Al igual que un guía turístico muestra por paradas los elementos más determinantes del Madrid de los Austrias, Eugenio se desliza entre sus creaciones para traducir lo plástico al lenguaje verbal y poder calmar al grupo en la perpetua pregunta del qué representa eso.

Justo en la mitad de la visita guiada, un tetris de arte se proyecta en la última pared de la planta baja. Éste resulta ser una colección de hasta 168 imágenes de obras de arte seleccionadas por gusto del autor, que caen a un ritmo constante y se amontonan si no son gestionadas correctamente. El visitante toma entonces el papel del galerista – posición nada sencilla- que intenta alinear y cuadrar la llegada de las novedades tan pronto como van apareciendo por el horizonte vertical, autogenerándose un leve estrés en su intento de no prescindir de ninguna de las valiosísimas piezas para conseguir, así, tener una colección completa.

Subiendo las escaleras se termina de cerrar el círculo de provocaciones pícaras. Arropando a las piezas principales, se descubren, escondidas, proyecciones de trabajos pasados, retos coleccionados, cuadros vivos que repiten su historia a ritmo lento. ¡Que delicada pista! Qué manera de permitir, al que observa, llegar a hacerse a la idea de las bifurcaciones y paralelismos que en la cabeza del creador existen. Pues ahí, haciendo la media entre lo de hoy y lo de ayer, uno se da cuenta de que Ampudia no solo reta al espectador a jugar con el arte, sino también a verle jugar a él.

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