Diseñado por gad·line + studio, el Estudio Jiunvfeng — biblioteca, bar y mirador— es un gran volumen curvo y amébido que reposa níveo sobre la orografía del paisaje del monte Tai.
El nuevo visitante del monte Tai: el Estudio Jiunvfeng
Tradicionalmente, la definición de la arquitectura se ha hecho en base a la tríada de conceptos vitruvianos utilitas, firmitas, venustas, que se traducen literalmente por utilidad, solidez y belleza. La cultura occidental ha mantenido la centralidad de estos preceptos como rasgos definitorios; de modo que, a lo largo de la historia, solo en sus márgenes ha sido posible concebir propuestas con otros cánones. Pero ¿qué sucede si se intenta pensar desde el otro extremo? ¿Existe una disciplina líquida atenta al cambio en vez de a la estabilidad? ¿Es posible una arquitectura cuyo objetivo no sea solo ordenar la dimensión, sino representar el movimiento y la fluidez de eso que llamamos espacio?
Hoy parece más claro que nunca que la civilización ha abandonado la estabilidad del pasado para asumir el dinamismo de todas las energías que configuran nuestro entorno, ya sean físicas o virtuales. Y gracias a que la cultura contemporánea presta atención de modo prioritario a la transformación y a la velocidad, ya no podemos pensar en recintos firmes, sino en formas líquidas, capaces de una arquitectura de lo cambiante.
Quizá lo descrito en los párrafos anteriores sea lo estrictamente necesario para entender Estudio Jiunvfeng: la biblioteca, bar y mirador diseñado por gad·line + studio en el monte Tai (China). Se trata de un gran volumen amébido que corre de norte a sur por las faldas de una montaña, en un lugar que tiene ante sí la sublime inmensidad de un horizonte boscoso. El edificio se levanta con unas grandes quillas de acero sobre una estructura de hormigón blanco y, con una aparente indiferencia al paisaje, reposa sensiblemente sobre la orografía de manera escalonada.
Un volumen curvo en medio del paisaje
Como objeto solitario depositado cautamente en un enclave privilegiado, lo primero que vemos es un artefacto curvilíneo contundente: sinuoso como una gota de agua a través de dos volúmenes muy livianos que se mezclan cuidadosamente originando una única estancia. Lo que en un primer momento pudiera parecer abstracto y casi reductivo, se anima —es decir, se carga de alma— cuando el proyecto asume la contaminación que la geometría reclama: un estrecho pasillo que conecta la cafetería y la zona de lectura.
En cierto sentido, se parte de una definición escultórica, no retórica ni grandilocuente, sino calibrada y sabiamente contrapesada que no renuncia al gesto formal de las curvas. La concepción inicial autista del objeto en el paraje se somete a la energía que, incansablemente, dinamiza el interior. Y es que esta pequeña construcción es un laberinto inacabable de visuales, ambientes y umbrales que lo convierten en un microcosmos que resignifica, precisamente, aquellos tres preceptos tan antiguos: utilitas, firmitas, venustas.
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Tai Mo Shan es la cumbre más alta de Hong Kong, con una elevación de 957 metros.