Eugeni Quitllet. De la pieza única al infinito
Reconocido como unos de los creadores con más talento de su generación, el diseñador Eugeni Quitllet describe su acercamiento al diseño como una ‘arqueología contemporánea’. Una búsqueda permanente que funde pasado y futuro para dar vida a lo imposible. De Ibiza al mundo, su objetivo es crear piezas emocionales para las masas.
Con un espíritu emprendedor a prueba de fuego y con el sueño de cómo construir el futuro, Eugeni Quitllet ha cruzado el firmamento del diseño a velocidad de meteorito. En el 2010, hace solo seis años, el libro Bravos. Diseño español de vanguardia (Lunwerg), de Juli Capella, lo incluía en sus últimas páginas como una de las jóvenes promesas del diseño español. Diseñador del año en el último Maison&Objet, la gran feria parisina cuya exposición-homenaje da título a esta entrevista, hoy es una estrella con luz propia, y autor de piezas singulares internacionalmente reconocidas. Creador de un lenguaje personal, se ha convertido en un interlocutor confiable -y rentable- para las marcas que lo apoyan. Editores como Kartell, Alias, Vondom, Driade, Magis, Christofle y Mobles 114, entre otras, reconocen en él su mirada visionaria y audaz.
Recordemos brevemente su recorrido. En el verano de 2001, Quitllet conoció a Philippe Starck en Formentera. Tenía 29 años, estudios de diseño e interiorismo y, sobre todo, entusiasmo. Fue el comienzo de una relación con base en París que duró 10 años, hasta que Quitllet abrió su propio estudio en Barcelona. En la época parisina se divirtió, maduró y aprendió “a tener sueños industrializables”. En ese período, y en colaboración con Starck, nacieron el reloj O-ring, para Fossil, los sillones Magic Hole, las gafas para Alain Mikli o las célebres sillas Lou Reed y Masters. Hoy, con 43 años, locuaz, optimista y comunicativo, Quitllet manifiesta una sincera confianza en sí mismo, en su profesión y en el papel que el diseño puede desempeñar en la vida de las personas.
ROOM Diseño: Francia vs España, dos grandes ligas… ¿Corazón partío?
Eugeni Quitllet: Jajaja, algo así. Empecé estudiando aquí en España, pero mi lugar de lanzamiento ha sido París. Francia es mi cuna y allí es en donde más me han reconocido. Incluso mucha gente en España piensa que soy francés. Barcelona fue una elección de calidad de vida, de luz y de espacio para intentar cosas nuevas. Es un sitio fantástico para trabajar en el aspecto creativo.
R.D.: ¿Cómo es su estudio, cómo está organizado?
Eugeni Quitllet: Mi estudio es mi casa, porque yo lo mezclo todo. No hay distancia entre mi vida personal y mi trabajo. Me gusta que mi hija venga a verme cuando estoy trabajando y dibujar juntos. Luego, la llevo al colegio y vuelvo al despacho. Y así paso el día.
R.D.: Ahora, como Creador del año en Maison & Objet, ¿cómo ve todo a su alrededor?
Eugeni Quitllet: Creo que ese galardón es algo muy interesante porque no es un título al cual te postulas o al que presentas una candidatura. Es algo que te reconocen externamente. Tiene, sobre todo, el valor de confirmar un trabajo, un recorrido y da notoriedad a aquello que se ha estado haciendo. Y eso, claro, te da una licencia creativa que te permite, a mí personalmente, explorar otros caminos.
R.D.: ¿Cómo definiría su trayectoria? ¿Con más certezas que dudas? ¿Con más aciertos que desaciertos?
Eugeni Quitllet: Han sido más aciertos, pero sobre todo porque este trabajo es mi pasión. Yo sigo adelante pase lo que pase, siempre buscando ideas y proposiciones nuevas. El diseño no es algo estático. Es una manera de explorar y de conocer nuestros límites, de ver cómo podemos evolucionar permanentemente con nuevas tecnologías, nuevos materiales, nuevos procesos. Y a la vez es un desafío cuando pensamos en cómo podemos ayudar a la industria a mejorar, utilizando de otra forma los mecanismos que ya existen.
Aunque también apuesta por el aluminio “por su fluidez y ductilidad”, Quitllet ha convertido el plástico en su seña de identidad y se ha especializado en el diseño industrial monobloque: una sola superficie que sale del molde sin ensamblar. En su trayectoria prevalecen la ligereza, la sensación de ingravidez y las líneas limpias. ¿El objetivo? Dar forma al movimiento. Y así lo demuestran sus últimos trabajos: las sillas Tube de Mobles 114 y Dream-Air de Kartell.
R.D.: Le gusta la experimentación. ¿Se apoya en la industria? ¿En las áreas tecnológicas de las universidades? ¿En equipos multidisciplinares?
Eugeni Quitllet: Estoy continuamente mirando en todas direcciones para ver de qué modo podemos aplicar la innovación a la industria. Me interesa que el producto hable de tecnología y de innovación, pero traducido en procesos industriales que lo hagan más viable. Quiero un objeto definitivo y que funcione, que sea utilizable y tenga sentido. Un producto final que se venda.
R.D.: Habla de objetos con sentido. ¿No percibe a veces un cierto overbooking en el mundo del diseño?
Eugeni Quitllet: Estamos rodeados de objetos de todo tipo, muchos de ellos inútiles, materia inerte. Yo quiero ir más allá de la necesidad de acumular. Quiero que podamos realmente emocionarnos con el objeto y dialogar con él. Para mí, el objeto no es un fin sino el vehículo que nos lleva hacia una emoción más sofisticada, hacia una visión del mundo más abierta y moderna que nos haga avanzar. El diseño industrial es una excusa para demostrar que somos capaces de mejorar y abrir nuevas perspectivas.
En esta búsqueda de perfección, la silla Masters es para Quitllet su obra más lograda. Hecha en colaboración con Philippe Starck, es la suma de tres siluetas existentes, tres iconos que Quitllet reinventa: las sillas de Eames, Saarinen y Jacobsen. Un homenaje al pasado, pero a la vez un punto de partida hacia una nueva forma orgánica que conjuga armonía y sentido del humor. “Masters habla de cómo inventar el futuro mirando el pasado pero sin copiarlo. Hay profundidad, historia, reflexión y mucho sentido práctico… Es lo que me gusta, hacer trucos de magia. De alguna manera, cada objeto tiene su parte imposible, y resolverla es lo interesante”, nos dice. Una silla barata, apilable e industrial. Un auténtico best seller.
R.D.: En su currículum como diseñador, ¿hay un faro para sus metas?
Eugeni Quitllet: Siempre he seguido mi camino y he ido progresando de forma natural, con una visión muy clara de lo que me gusta y de lo que sé hacer. Nunca he tenido rupturas violentas ni cambios. Trato de no repetirme, de inventar propuestas nuevas. Cada proyecto es el inicio de una incógnita. Ese optimismo de empezar un nuevo ciclo me gusta aplicarlo a cada cosa que hago. En mis proyectos soñados tengo automóviles, edificios, espacios, muchas cosas…Yo soy del futuro.[Risas]
R.D.: ¿Esto tiene que ver con ese sustantivo que ha inventado, el “disoñador”?
Eugeni Quitllet: He de decir que nunca he querido ser un creador rígido. Siempre he preferido darle a mi profesión el toque que le doy a mis objetos: que vayan más allá del diseño, que tengan esa dimensión de sueño. Y aunque piense un objeto para ser producido en masa e híper-industrial, quiero que mantenga una poesía, un mensaje, una idea. Hay amor en ese objeto.
Nuestro entrevistado, que vivía en Ibiza entre playa y montañas, comenzó a dibujar a los siete años aquellas cosas que quería tener. “No necesitaba nada más que mirar el paisaje, coger una piedra aerodinámica y con eso me hacía un vehículo espacial”. Luego se inventó ciudades, cómo se vestía la gente en esas ciudades o cómo eran sus objetos o sus coches… “Poco a poco desarrollé una visión global. Creo que por eso soy bastante rápido en crear algo y en encontrar soluciones”, explica. Motivación tampoco le faltó. Con una madre diseñadora de cerámica y joyas y con un padre pintor y fotógrafo, su vida en la isla estuvo rodeada de inspiraciones en un ambiente efervescente de ideas y bohemia, sobre todo en los años 70 y 80. De ese don para ver siluetas escondidas en la materia nació uno de sus trabajos más comentados: la cubertería desechable para Air France, que permitía montar un avión de juguete con las piezas.
R.D.: ¿Cómo adquiere un diseñador sus habilidades? ¿Pensando? ¿Haciendo? ¿Rodeándose de gente que lo ayude?
Eugeni Quitllet: Un diseñador es casi un prototipo de persona. Ha de cultivar las relaciones con la gente para poder entender sus necesidades, para poder comunicarse, para poder expresarse. Cuantos más instrumentos de expresión domines, mejor. Al final estás contando una historia a través de todos los instrumentos de que dispones.
R.D.: Ahora que se encuentra en un momento de plenitud creativa, ¿qué diferencia el espíritu de un diseñador emergente del de un profesional consagrado?
Eugeni Quitllet: El espíritu que define a un diseñador es un espíritu despierto, un espíritu que tiene la sensación de estar continuamente empezando. Ser un diseñador consagrado alude a la idea de que te asientas y ya no necesitas inventar nada porque hagas lo que hagas va funcionando. Error. El diseño no se puede estancar porque significa su muerte. No se trata de pararse donde todo funciona. Se trata de seguir buscando y preguntándose cosas nuevas. En todo caso, yo espero mantener esta visión de niño inquieto, y con 70, 80 o 90 años seguir soñando que vamos a hacer algo bueno, con la misma frescura. Ese es para mí el motor del diseño y el lugar al que quiero llegar.