Con su manera de transformar los espacios artísticos en lugares extrañamente cotidianos, el dúo de creadores Elmgreen & Dragset sigue poniendo en evidencia las mentiras de nuestra sociedad del bienestar. Bonne Chance, su última exposición en el Centre Pompidou de Metz, nos sirve para hacer un repaso a sus casi 30 años de trabajo.
Elmgreen & Dragset: 30 años sacudiendo el arte contemporáneo
Dos figuras masculinas con el torso desnudo, pantalones verde militar, botas negras y cabello rubio orinan sincronizadamente en un riachuelo rodeados de un frondoso paisaje vegetal. Esa fue la imagen con la que Michael Elmgreen e Ingar Dragset inauguraron su colaboración artística hacia 1995 en un entorno cultural como el escandinavo, que comenzaba a poner en marcha otros modos de hacer crítica institucional.
Casi 30 años después, el danés Michael Elmgreen (Copenhague, 1961) y el noruego Ingar Dragset (Trondheim, 1969) se han convertido en la piedra dentro del zapato que la maquinaria del arte necesita para seguir funcionando de una manera fiscalizadora, no solo con la propia sociedad capitalista de la que se nutre, sino también con todas las problemáticas y contradicciones internas del mundo del arte contemporáneo y las políticas del cubo blanco.
Conscientes de estas incoherencias, una de sus primeras acciones fue 12 Hours of White Paint (1997). Encerrados en la Galería Tommy Lund en Copenhague, los dos artistas pintaron sus paredes durante doce horas —desde el mediodía hasta medianoche— en un acto repetitivo: así apuntaban hacia el exceso de blanqueamiento y asepsia que estaba ocurriendo en todos los países europeos tras la caída del Muro. En un complejo borrado de la historia comunista, muchos de ellos se habían lanzado a una obsesiva campaña por pintar sus fachadas y ofrecer una nueva identidad para esa Europa que se estaba construyendo: la de la sociedad del bienestar; pero, también, la del desempleo, la pobreza y la desigualdad. La Europa que hoy nos muestra su cara real.
El lado oscuro de la vida cotidiana
En la línea de la reprobación al cubo blanco como dispositivo de poder en el arte moderno del siglo XX, desde la década de los 90 iniciaron un conjunto de proyectos que llevaban por título Powerless Structures. Con ellos nos invitaban a descubrir que detrás del engranaje de nuestra vida diaria se esconden toda una serie de estrategias de poder que tendemos a neutralizar y normalizar, cuando no hay nada más extraño que la cotidianidad.
Enterrando el cubo blanco, dándole la vuelta, trastocando el interior en exterior, provocando saltos al vacío, deslocalizándolo o desactivando su valor de uso, las Powerless Structures propiciaron un giro hacia la teatralidad en su obra desde la primera década del siglo XXI. Fue entonces cuando sus creaciones empezaron a formar parte de los eventos más importantes en el terreno del arte, donde los artistas han puesto a prueba la resistencia al análisis de los cimientos artísticos.
Partiendo de la idea de que sus trabajos operan como intervenciones temporales y site-specific, que desmontan la lógica eterna del monumento y potencian la práctica artística como una construcción cultural, Elmgreen & Dragset siempre comienzan con una batería de preguntas que casi dan vida a su manual de estilo. ¿Cómo abordar los espacios expositivos? ¿Cómo relacionar su actividad con la institución que los acoge? ¿A quién se dirigen estas intervenciones? ¿Quiénes quedan excluidos de ellas? ¿Cómo operar desde el aquí y ahora sin caer en las garras del capitalismo, la moda y la actualidad? ¿Qué puede hacer el arte para alterar su funcionamiento y subvertir su poder?
El malestar al alcance de todos
En 2009, siendo ya figuras mundialmente reconocidas, inauguraban en el Musac de León Trying to Remember What We Once Wanted to Forget, la primera exposición monográfica en un contexto institucional en España —si no tenemos en cuenta las presentaciones que habíamos visto en la galería Helga de Alvear—. Esta muestra llegó en uno de los momentos clave de su trayectoria personal y profesional, pues ese año terminó su relación como pareja —lo que dio lugar a This Is the First Day of My Life, uno de sus trabajos más reconocidos— y, también, les propusieron ser comisarios de los pabellones de Noruega y Dinamarca para la Bienal de Venecia.
En el Musac, el visitante comenzaba un itinerario por diferentes ambientes blancos que simulaban casas o espacios habitables, en una sucesión de situaciones que pasaban desde el desconcierto a la pesadilla. Una habitación en la que dos camas literas aparecían enfrentadas —Boy Scout— en una inolvidable imagen sobre el deseo; el pasillo de un hotel en el que la cercanía de las puertas te animaba a abrirlas en un arrebato de frustrado voyeur; una estancia parecida a un bar con bola de espejos y taburete caído; el dormitorio de un adolescente con póster de los MGMT; el repertorio de escenas de su vida en común que constituía la instalación This Is the First Day of My Life y, finalmente, una estructura que se elevaba del suelo mientras desde su interior colgaba una soga: símbolo de todos esos suicidios que cada día ocurren en nuestra sociedad del malestar.
Performance, crítica social, entorno público y cultura queer. Hasta entonces, esas habían sido algunas de las claves entre las que se balanceaban las propuestas de Elmgreen & Dragset. Sin embargo, al comisariar los Pabellones de Noruega y Dinamarca en la Bienal de Venecia, se produjo un nuevo giro discursivo que convirtió cada una de sus intervenciones en un misterio que el visitante tenía que desenmascarar.
The Collectors era el título del proyecto con el que llegaron a la ciudad italiana. Huyendo de cualquier noción identitaria vinculada a sus respectivos países, transformaron las salas de estos edificios icónicos en dos viviendas de unos coleccionistas. Pensaron ambos espacios como dos “casas” separadas, en las cuales dispusieron las creaciones de 24 artistas —Tom of Finland, Terence Koh, Simon Fujiwara, Pepe Espaliú, William E. Jones, Wolfgang Tillmans, etc.— concibiendo a partir de la experiencia de la visita diferentes relatos o ficciones: “Un pabellón noruego más Hockney y un pabellón danés más Hitchcock”.
Casi 30 años después, Michael Elmgreen e Ingar Dragset se han convertido en la piedra dentro del zapato de la maquinaria del arte contemporáneo y las políticas del cubo blanco.
El hogar, la normalidad, el estado del bienestar… en una escenificación de nuestra existencia capitalista. Ahí paseaban jóvenes performers semidesnudos con auriculares y libro en la mano, mientras en la piscina el cuerpo inerte de una figura masculina nos invitaba a desentrañar qué había pasado en aquellas “casas”. Un crimen perfecto dentro de las lógicas de una bienal.
La ficción expandida
Desde ese momento, esta idea de relato o ficción expandida les ha servido como hilo conductor en diferentes acciones en lugares como el Victoria & Albert Museum (2014). Con ellas buscan producir una nueva narración sobre su propio trabajo en las retrospectivas que han venido presentando desde Biography (2004) en el Astrup Fearnley Museet.
Al igual que ocurría con las Powerless Structures —en las que el cubo blanco iba mutando en una inacabable serie de escalas y significados—, las obras que plantean Elmgreen & Dragset van modificándose y adaptándose a las circunstancias. Esto sucede, por ejemplo, con el impresionante ojo de Looking Back, que había aparecido en Safety Curtain (2002) en la Komische Oper de Berlín o en Powerless Structures Fig 334 (2003) ya como metáfora del Gran Hermano que vela por que todo salga como está previsto en la fiesta del estado del bienestar. O esa otra imagen del buitre, que pasó de ser dorada y estar sola en la galería Nicolai Wallner como personificación de The Critic, a aparecer años más tarde pintada de blanco y acechando una cuna, en una imponente metáfora de la sociedad de la vigilancia y la seguridad extrema.
Es así como en Bonne Chance —la exhibición que inauguraron el pasado 10 de junio en el Centro Pompidou de Metz— vemos que algunas de sus instalaciones más reconocidas se amoldan y transforman al nuevo lugar expositivo para llevar a cabo una escenificación de lo real, donde esas figuras que simulan ser humanas —The Outsiders— son más humanas que muchos de aquellos que visitan la exposición.
Los trabajos de Elmgreen & Dragset operan como intervenciones site-specific, que desmontan la lógica eterna del monumento y potencian la práctica artística contemporánea como una construcción cultural.
Y es que, frente a la visión monumental del héroe, estos outsiders son —junto a los jóvenes, adolescentes y niños— los que nos mueven a pensar en un mundo venidero, en construcción, fuera de las lógicas de la competitividad del capitalismo. Lo vemos en esas escenas de campos de juego en las que han venido trabajando en los últimos años. O en Stand by me (2022), intervención realizada por la galería Massimo de Carlo en el espacio parisino Pièce Unique, en la que esa escultura infantil hecha en mármol detenía el paso de los viandantes para, con un simple gesto, preguntarles sobre la soledad, la privacidad, la cercanía y todas aquellas cuestiones que van constituyendo aquello que Barthes llamó el vivir-juntos y que Elmgreen & Dragset han materializado en The One and the Many.
Las propuestas de estos artistas nos conducen a través de subterráneos, salas de reuniones, pasillos de hotel, saunas, cajeros automáticos, piscinas y salas de videovigilancia, para ir desenmascarando los mecanismos de nuestro #tiktokmundoideal.
Mirando atrás como si siempre fuera el primer día de tu vida. Mirando atrás sin dejar que la melancolía arruine la fiesta. Mirando atrás siempre en el alambre como ese joven que ahora en Bonne Chance aparece con una camiseta que se pregunta What’s left. Mirando atrás para seguir molestando. Como diría Aaron Betsky: Queer agitprop para un mundo cada vez más al borde del colapso. Un brindis por ellos, Bonne chance, Elmgreen & Dragset.