¿Cómo se percibe la actividad del diseño fuera de los medios y ámbitos especializados? ¿Sabe la gente que existen profesionales que se encargan de definir el entorno material y perceptivo que le rodea y en el que desarrollan su vida? ¿Tenemos los diseñadores y diseñadores un discurso que ofrecer a la sociedad más allá de haber acuñado el absurdo término ‘de diseño’?
Todo comenzó con un microrrelato de David Foster Wallace
Quizás por el título podría parecer que el artículo va a tratar sobre la importancia y esencialidad vital del diseño como elemento de desarrollo social y económico, además de manifestación cultural en las sociedades contemporáneas. No es así; al menos, no de manera primordial. No tomaré del agua su sentido indispensable para la vida —como podría haber hecho con el aire o, como sucede hoy, los móviles—, sino la propiedad de su transparencia, de su invisibilidad. Y el punto de partida para ello es un microrrelato que formó parte del discurso de graduación impartido por el escritor norteamericano David Foster Wallace, en el año 2005 en la universidad de Keyton.
Su relato decía así: “Dos peces están nadando uno junto al otro cuando se topan con un pez más viejo nadando en sentido contrario, quien les saluda y dice: ‘Buen día muchachos, ¿cómo está el agua?’. Los dos peces siguen nadando hasta que después de un tiempo uno de ellos se gira hacia el otro y pregunta: ‘¿Qué demonios es el agua?’”. Aterrizando esta visión en el diseño como actividad profesional y productiva, se podría decir que es percibido por gran parte de medios de comunicación, espacios culturales y sociedad en general —al menos la española— igual que el agua en los peces del cuento.
Fuera de los ámbitos especializados, esta disciplina apenas es tratada de una manera seria y profesionalizada, recurriendo principalmente a tópicos y simplificaciones recurrentes. Y es que, seguramente, el diseño sea la tarea creativa realizada por el ser humano que más interfiere e influye en la vida cotidiana; muy por delante del arte o la literatura, superando también a las producciones audiovisuales, aunque vivamos inmersos de la era de las pantallas.
La influencia invisible del diseño en la vida cotidiana
Haciendo un repaso mental por los objetos con los que interactuamos a lo largo de un día, empezaríamos probablemente con el despertador, el grifo, el cepillo, el jabón, la taza, la cafetera, la tostadora, el bolígrafo, el teclado, la pantalla y, por supuesto, el móvil. Y si quisiéramos complicar la cosa podríamos ampliar el conteo a los recursos de diseño gráfico que percibimos y usamos, o incluir las prendas de vestir que llevamos puestas. Es fácil darnos cuenta de que el sumatorio de todos esos elementos —objetuales, gráficos y de indumentaria— rebasa abrumadoramente el número de obras artísticas con las que nos cruzamos, de textos literarios o ensayísticos que leemos o de películas o series que visionamos durante la rutina.
Resulta abrumadora que esta superioridad cuantitativa no quede reflejada en la comprensión, reconocimiento y valoración del diseño. Es por ello que hablo de su invisibilidad: porque todo el mundo habita en un entorno diseñado, pero parece no darse cuenta. ¿Quién son los responsables de esto? ¿Los medios generalistas que no cuentan con periodistas y críticos especializados en el tema? ¿La falta de programación en esta área dentro de instituciones culturales y expositivas? ¿O tal vez sea que los diseñadores y diseñadoras no han sabido posicionarse y visibilizarse en la sociedad para la que trabajan, prefiriendo ocupar ese lugar exclusivo y elitista?
Está claro que no se ha cumplido el deseo que Paola Antonelli —quien fuera comisaria jefa del Departamento de Arquitectura y Diseño del MoMA de Nueva York— expresaba en el documental Objectified (2009). En él, auguraba para los diseñadores del nuevo milenio un papel similar al que, por ejemplo, habían tenido los filósofos franceses en su país durante la segunda mitad del siglo XX; esto es, ser considerados opinadores de cualquier tema ligado a la actualidad, estuviese relacionado o no con el pensamiento, la crítica o el ensayo. Y puede que una prueba de ello sea la ausencia clamorosa de profesionales del sector en foros, jornadas, encuentros, suplementos o encuestas donde se trate un tema tan presente —y paradójico por su contradicción temporal— como el futuro. Encontraremos a políticos, periodistas, empresarios, urbanistas, científicos, chefs… pero raramente a diseñadores.
Tal vez, la respuesta a esa invisibilidad sea mucho más sencilla y nos la dé Foster Wallace en esa misma conferencia donde afirmó que “las realidades más obvias e importantes son, con frecuencia, las más difíciles de ver y sobre las que es más difícil hablar”. O, tal vez, los diseñadores y diseñadoras tendríamos que estar satisfechos con mejorar la vida de la gente hasta en sus detalles más insignificantes. Sin importar que esa misma gente nunca haya reparado en que dichos detalles fueron pensados y repensados por alguien. Aunque en mi caso, intentaré no renunciar nunca a ese papel de opinador del que hablaba Antonelli.