Hace treinta años encontraron a un cazador neolítico congelado en la frontera de Austria con Italia, tenía tatuadas las rodillas y la espalda. A lo largo de la historia esta práctica ha supuesto una forma de expresión orientada a distintos fines: la defensa ante el enemigo, el paso a una etapa de madurez, la pertenencia a un grupo. Desde este punto de vista, las esculturas clásicas que tatúa el escultor italiano Fabio Viale no suponen tanto una relectura de la belleza clásica a través de su customización -de la superposición de elementos contemporáneos-, sino, más bien, su manera de forzar un encuentro entre tradiciones, culturas y categorías artísticas.
Es habitual en el trabajo de este artista Viale el uso del mármol como soporte sobre el que simular otras texturas. La belleza de este material no es algo sagrado para un escultor criado entre montañas de restos arqueológicos, aunque no por ello es menos exquisito el trato con el que lo manipula. Los procesos de infiltración para la pigmentación del poro de esta piedra natural surgen de la investigación en busca de la calidad y el perfeccionamiento técnico.
El resultado no deja a nadie indiferente, es estridente y arriesgado. Ha tatuado a Laocoonte con motivos extraídos de la pintura con la que el artista Giovanni di Modena interpreta el Infierno de Dante; y se atrevido con la espalda de una Venus mediante dibujos japoneses donde elementos florales navegan entre olas de estilo Hokusai. Otras piezas, sin embargo, visten trazos carcelarios repletos de códigos desconocidos para la mayoría de los ciudadanos “de orden”.
En todo ello habrá una intención de manipular la iconografía tradicional para generar nuevas lecturas, es un recurso inherente al arte contemporáneo. Pero el impacto se multiplica al utilizar un discurso visual tan característico como el del tatuaje.
El autor es consciente de ello y aprovecha para actualizar y cruzar narrativas, aunque sabe que el escándalo se encuentra en otro lugar: allí donde los bustos de la tradición artística que estudiaste en los libros de historia, que visitaste quizá unos minutos tras el infranqueable cordón rojo del museo llevan tattoos como los de tu vecino al que algunos esquivan por la acera. El tatuaje tiene un fuerte arraigo popular y su convivencia con la élite genera extrañezas. Sus esculturas están, de algún modo, fuera de lugar.