Como recordaba hace unos días el director Juan Carlos Pérez de la Fuente, El arquitecto y el emperador de Asiria no se representaba en España desde 1977. Después de casi 40 años vuelve a los escenarios madrileños una de las mejores obras de Fernando Arrabal.
Una pieza escrita en 1966 cuando el dramaturgo español afincado en París estaba pleno de musculatura dramática y creativa. Unos años antes, junto a Jodorowsky y Rolad Topor, había fundado en la capital francesa el Teatro Pánico y con él había dado un nuevo rumbo a las vanguardias escénicas. Hablamos de un teatro ritual, visceral, salvaje. Un teatro que de algún modo miraba al Absurdo, pero al que le quitaba desesperación y le añadía grandes dosis de euforia.
Un teatro que deslumbró en las noches parisinas y que tuvo mucho de happening solemne… aunque Arrabal siempre dijo que el Pánico estaba más cerca del Auto Sacramental que del happening. Eran los efímeros pánicos, así se conocían estas representaciones. Espectáculos donde serpientes, látigos, sapos o litros de sangre formaban parte de la escenografía. Acciones donde la improvisación actoral era el soporte para unos textos sencillos, directos y muy ceremoniales que por encima de todo buscaban liberar las fuerzas superiores y llegar al estado de gracia. Son los años 60, justo cuando teatro y performace convergen en un punto. Cuando el escenario se convierte definitivamente en un campo de pruebas.
Es en ese momento pletórico donde Arrabal crea El Arquitecto… Una obra en la que, lejos de la espectacularidad performativa de los efímeros, se sustenta sobre un texto complejo de alta intensidad dramática. Algo así como si la rabia pánica se hubiera cruzado con el verso de Shakespeare o el verbo de Cervantes. La obra, además, es una píldora, un concentrado del universo literario del escritor melillense: el sexo reprimido, la muerte, el amor/odio a la madre o la búsqueda desesperada de algoritmo de Dios. Y todo ello con una dosis onírica y oscura que también mira a Las Criadas de Genet. Pues bien, eso es lo que la directora argentina Corina Fiorillo ha llevado a las Naves del Español.
Un montaje sencillo pero eficaz al servicio de un texto rotundo. El trabajo de los dos actores termina de dar carnalidad a ese paseo por las sombras del ser humano en un ejercicio de interpretación sobrecogedora por momentos. Hasta el 1 de noviembre podrá verse en Matadero al mejor Arrabal. Ese Arrabal que supo darle al dadaísmo un sentido ecléctico y conciliador. Ese Arrabal que consiguió ejecutar el Teatro de la Crueldad que Antonin Artaud solo supo teorizar. Ese Arrabal que todavía consigue emocionarnos hoy bajo el principio catártico: “el porvenir a golpe de teatro”.