Lo inclasificable sufre el riesgo de quedar suspendido en el aire, sin un terreno firme al que pertenecer. Nanda Vigo habitó esos márgenes, quizás por su perfil interseccional, quizás por su ingenio más veloz que el coetáneo. Ni arquitecta; ni artista; ni diseñadora, sino todo al mismo tiempo. Desde esa tierra de nadie, la multifacética italiana mantuvo viva su estela y proyectó una peculiar percepción de los espacios, de la materia y de la iluminación, alzándose con el apodo que la haría tan eterna: la signora della luce.
El abismo de la periferia y el grupo ZERO
Resulta sorprendente la necesidad de los humanos por agruparse, nada nuevo que ya confirmó Aristóteles en el siglo IV a.C. El acto de pertenecer o de crear un reducto social que acompañe nuestra actividad hace sus más y sus menos en los movimientos artísticos: largas clasificaciones, agrupaciones periódicas y principios estéticos que historiadores y críticos moldean a su gusto, no al del resto. Este peligroso ejercicio —que nos hizo más sencillos los apuntes— ha tenido un impacto en la manera de concebir diversas disciplinas, donde sin duda siempre faltaron nombres. Esa trascendencia escamoteada es la responsable del origen de la periferia, aquel lugar brillantemente oscuro que solo pisan los hijos de lo raro.
Pero no es fosco todo lo que se desconoce. Tampoco incomprensible. A veces supone un halago ambiguo el destierro, sobre todo cuando otros lo combaten escarbando para devolver al foco público a figuras que merecen un reconocimiento hasta el momento censurado. Nanda Vigo fue una rara avis en una década donde mucha gente competía por ser clasificada de esa forma. Milanesa de nacimiento, estudió arquitectura en el Instituto Politécnico de Lausana y cursó una beca en San Francisco que la llevaría a la oficina de Frank Lloyd Wright, a quien criticaba sin tapujos: “Qué decepción, su despacho tenía una organización casi militar, era un déspota”.
En 1959, con tan solo 23 años, abrió su estudio en su ciudad natal y se introdujo de lleno en el Gruppo ZERO, participando en múltiples exposiciones a nivel global. Suelen recalcarse sus colaboraciones con Gio Ponti o Lucio Fontana, lo que nos hace pensar en ese refrán de “mira con quién andas y te diré quién eres”, aunque Vigo defendía bien su imaginario: “Nadie me influyó en nada. Todas mis cosas son solo mías”.
La luz. El centro de la diseñadora italiana Nanda Vigo
Los 60 y 70 fueron años de experimentación desmedida. Los outsiders de ZERO, Archizoom o Superstudio habían encontrado su sitio en una década próspera que permitía la reflexión artística a escala global. Pequeños detalles de la vida se convertían en el eje sobre el que giraba el pensamiento y presentaban ahora un discurso argumentado que justificaba actuaciones, conceptos y los porfolios de infinidad de creadores. Para Nanda Vigo, aquel detalle en concreto no fue otro que la luz. La luz derramada sobre los ladrillos vidriados de la Casa de Giuseppe Terragni en Como, la que se encapsula en los objetos cotidianos, la que siempre hizo más atractivo el arte. Su mirada multifacética estuvo acompañada por una necesidad de establecer conexiones inherentes entre esta cualidad física y los medios por los que ella misma circulaba.
Lo vemos en la arquitectura de su Zero House: una casa completamente minimalista, cuyas paredes de vidrio esmerilado guardan un sistema de luces de neón de diferentes colores, lo que provoca la modificación perceptiva del espacio según la proyección del fulgor. Más adelante vendría la escenografía de superficies alicatadas y piel sintética de la Casa sotto la Foglia junto a Ponti, su gran aliado, o el bauhausiano proyecto de la Casa Museo Remo Brindisi. En el diseño también obtuvo gran reconocimiento con piezas como la butaca peluda Due Più para More Coffee, sus tapetes étnicos o la primera lámpara halógena italiana, la Golden Gate de Arredoluce, ganadora del New York Award Industrial Design (1970).
La estructura delgada de ese tubo arqueado a la mitad superior poseía un led que tuvo que comprar directamente a la NASA. Este dato, sumado a obras como el tótem luminoso y piramidal Deep Space o las líneas secantes del conjunto Sun-Ra, fueron razones más que suficientes para que Sottsass llamase a Vigo la diseñadora interplanetaria, algo que sus instalaciones futuristas de neón y espejos tendían a confirmar.
Precisamente, gracias a su Manifiesto Cronotópico (1964) generaba experiencias inmersivas en salas que revelaban los cambios sensoriales provocados por la luz en el entorno, como ejemplificó en la galería Apollinaire (1968). Láminas de vidrio, autónomas, con divisores rodoides e iluminación integrada mostraban una perspicaz combinación de geometrías reflectantes y amplificadores lumínicos. Un pulso místico entre tiempo y espacio —o cronotopos— que borraba la distancia entre lo posible y lo irreal. ¿Acaso no debería estar la italiana dentro de la lista VIP del Light art?
Los planteamientos de Nanda Vigo fueron adelantados a su época, considerándose incluso más avant-garde que la propia vanguardia del diseño radical. Su inclasificable posición entre disciplinas es lo que la ha mantenido al margen del academicismo convencional, pero su perenne influencia en jóvenes creadores establece una prueba irrefutable de poder al convertirse en referente de quienes buscan encarnar en sí mismos múltiples personalidades creativas.
Para ellos, esta diseñadora italiana dejó un mensaje importante: “Estudia lo que sucedió en el pasado. Si no revisas punto por punto lo que pasó antes, cuáles fueron las evoluciones, no puedes avanzar. Todo el mundo está en un punto muerto absurdo”. Puede que su mentalidad mirase hacia el futuro de manera pronta y que el mundo no estuviese preparado para comprender plenamente el significado de sus obras, pero quizás sea el momento de seguir su luz sin resistencia. El único riesgo que corremos no es otro que el de ser iluminados.
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Nanda Vigo (Milán, 14 de noviembre de 1936-16 de mayo de 2020) fue una apasionada de la arquitectura, artista y diseñadora de muebles e instalaciones efímeras italiana que construyó una obra poética y rompedora teniendo la luz como elemento central.
Zero es un grupo de artistas fundado en Düsseldorf por Heinz Mack y Otto Piene. Piene lo describió como «una zona de silencio y de posibilidades puras para un principio nuevo.» En 1961 Günther Uecker se unió al grupo ZERO.
ZERO, con mayúsculas, hace referencia al movimiento internacional, con artistas de Alemania, los Países Bajos, Bélgica, Francia, Suiza, e Italia.