La arquitectura pragmática en los campos de Kronborg según Bjarke Ingels
Fotos: Luca Santiago Mora y Rasmus Hjortshoj
El castillo de Kronborg es un espacio mítico. En él situó Shakespeare la morada de Hamlet. Cuatro siglos después, este castillo danés recupera lustre internacional, no por sólo haberse convertido recientemente en Patrimonio Universal de la Humanidad, sino porque junto a él se ha inaugurado el Danish Maritime Museum: un espacio expositivo construido en un antiguo dique seco, en que vemos el estilo hedonista y aplastante de su autor, el joven arquitecto Bjarke Ingels.
Bajo los campos de Kronborg se esconde un edificio de gesto radical. Un museo invisible desde tierra. Que es y no es. Hablamos de la construcción más reciente de Bjarke Ingels, el arquitecto danés que habría sido dibujante de cómic si Copenhague hubiera tenido escuela. Y lo cierto es que su plan B no le ha ido nada mal, pues tanto él como sus obras se han convertido en poco tiempo en un referente mundial de vanguardia. Ingels comenzó trabajando para OMA en Rotterdam, la oficina de Rem Koolhas y el lugar donde adquirió la densidad aplastante que ahora identifica su obra. Unos años después inauguraría su primera empresa, PLOT: la iniciativa de la que fue cofundador y que obtuvo el León de Oro 2004 en la Bienal de Arquitectura de Venecia. En 2005, con tan solo 31 años, emprendió en solitario la que sería su gran factoría de producción: Bjarke Ingels Group, BIG, con base en su ciudad e integrada actualmente por más de 100 trabajadores de todo el mundo. Carismático y firme en su discurso, Bjarke Ingels ha ido desplegando su ideología por las universidades de Harvard, Yale, o Columbia, además de ser maestro en la institución que lo vio crecer como proyectista, The Royal Danish Academy of Fine Arts. El líder de BIG, que ha sido nominado y muy premiado durante su acelerada carrera, continúa su trayectoria eclíptica materializando ideas por donde pasa. Su gran meta: realizar en Dinamarca el equivalente a la Ópera de Sydney.
Sostenibilidad hedonista
En 2009 Ingels consiguió reunir en el libro Yes is More su aspiración frustrada de ilustrador y su realidad fructífera de arquitecto. Un volumen publicado por Taschen en el que a modo de viñetas y utilizando su estudio como backstage, muestra el pensamiento BIG, sus intenciones, proyectos, y otros secretos profesionales. El utopismo pragmático del que habla en sus páginas, y sobre el que sustenta todo su trabajo, trata de conciliar los dos polos opuestos que para él siempre han determinado la arquitectura: las excentricidades e ideas extravagantes que desembocan en nada, y la creación bien organizada de edificios-caja. En este sentido, su filosofía quiere ser la suma de estas dos vertientes. Es decir, un equilibrio entre el edificio ideal, y las condiciones socio económicas reales. O lo que es lo mismo: conseguir lo imposible sin perder de vista los plazos y el presupuesto. Un discurso arquitectónico que el autor además conecta con la teoría de la selección natural. “Más que en la revolución, nosotros estamos interesados en la evolución. Al igual que Darwin, quien describe la creación como un proceso de selección natural, nosotros proponemos que sea la sociedad, los intereses de todo el mundo, los que decidan qué ideas deben sobrevivir y cuáles morir.” Según su planteamiento, han de permanecer edificios y ciudades que además de funcionales nos hagan la vida más agradable. Eso que Bjarke denomina sostenibilidad hedonista: eficiencia sí, pero a merced del placer.
Las suyas son construcciones de peso que a día de hoy se extienden por Europa, América del Norte, Asia y Oriente Medio. Toda una especie arquitectónica que se concibe extrapolando lo pequeño a lo grande. Esto lo vemos en uno de sus primeros proyectos: People’s Building (REN), dos torres que modeló sin éxito para albergar un centro de conferencias y un spa en el norte de Suecia, pero que sin embargo lo introdujeron en el mercado chino por tener un diseño parecido a un carácter de su alfabeto: 人, que significa pueblo.
Otro ejercicio que muestra el lado extremo de su creador es el Danish Pavilion (XPO) para la Expo de Shanghái 2010. Este pabellón era una criatura con piscina de agua danesa que recreaba el puerto “tipo” del país: cuyas aguas industriales se han depurado en los últimos años. Además de recorrerlo en bicicleta, los visitantes podían bañarse en este espacio con forma de espiral continua y ver posar a la auténtica Sirenita de Copenhague. Desde entonces Ingels no ha dejado de ganar concursos e inaugurar por todo el mundo. Lo último, The Danish Maritime Museum (SØF), el museo-dique que se encuentra sumergido en la costa verde de Helsingør.
To be and not to be
Cuando en 1915 se creó el Danish Maritime Museum en la ciudad portuaria de Helsingør, se eligió como sede el castillo de Kronborg, curiosamente el marco que cuatro siglos antes había escogido Shakespeare para situar Hamlet. Esta fortaleza fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en el año 2000, acción que reafirmó su valor histórico y que obligó a recuperar su interior original. Además del replanteo orográfico del entorno, este nombramiento supuso también el desahucio del edificio. La exposición tenía que salir del castillo y como ubicación las autoridades propusieron un dique seco, cercano y en desuso. Para adaptarlo al nuevo programa, se convocó un concurso que establecía posicionar el museo en el centro de la construcción histórica. Pero Desde el principio BIG, demostró su aire independiente incumpliendo las bases de la competición e implantando el museo al otro lado de los muros del dique para convertir su espacio central en una gran plaza. El riesgo les hizo ganar y hacer realidad el proyecto, que finalmente abrió sus puertas el pasado 17 de octubre de 2013. Pero ¿cómo fue el proceso?
El dique de 3.750 m² era un sótano ciego y sin posibilidad de crecer en altura; detalles que en un principio causaron rechazo y desmotivación en el equipo de Ingels. La estructura tenía además un problema añadido: la tierra ejercía presión sobre los muros, lo que requería construir otros de contención alrededor de los originales para evitar que estos cayeran. En este punto es donde Bjarke Ingels decide invertir el destino de cada espacio; en lugar de ejecutar una tapia adosada que soportase los muros existentes, movió las tierras colindantes y construyó el nuevo sistema de contención a cierta distancia de las paredes del dique, generando así un volumen intermedio donde trasladar el museo. Esto permitía recuperar la superficie interior como plaza, que además de lugar social, sería un foco de ventilación y luz natural para todo el recinto.
La otra estrategia espacial que ideó fue crear tres conectores a modo de pasarelas-puente. Su disposición en zig-zag dibuja cuatro fracciones en la gran plaza pública y se equilibra con el estatismo de la construcción original. Una de ellas da continuidad al paseo marítimo y alberga la cafetería. La central conecta con el castillo de Hamlet y contiene el auditorio sesgado por dos planos inclinados. Mientras que el puente en V es el acceso principal al interior y a la vez una galería de exposición. El ancho de estas últimas se dimensionó no solo para asumir estas funciones y comunicar las dos plantas, sino para actuar como enlaces peatonales de la ciudad.
Tras esta actuación, el Danish Maritime Museum se ha convertido en un lugar misterioso, semioculto, que deja la gran superficie central cruzada y al aire libre. El edificio se encuentra en simbiosis con el entorno, pues recompone las piezas inconexas del lugar rescatando la arquitectura abandonada de este escalón urbano. El halo marítimo se respira en cada una de las estancias. Los soportes estructurales que atraviesan los forjados son cadenas de ancla. Los puntos de amarre que señalizan la zona de calle constituyen el mobiliario urbano, y por la noche una luz azul neón enciende la cornisa de los muros oxidados y el espíritu vanguardista de esta especie de barco hundido bajo el nivel del mar.
Frente al Ser o no ser que pronunció Hamlet, To be and not to be es el emblema del nuevo DMM. En esta historia, Bjarke Ingels ha jugado a ser discreto para llamar la atención; ha ideado su obra sin línea de horizonte embebiendo su arquitectura en un vestigio industrial; proyectándola como un gran naufragio en tierra firme. Este casco de hormigón, acero y vidrio, funciona como paseo urbano desde la superficie, mientras que bajo tierra guarda otros movimientos. Con esta huella, Ingels ha conseguido el equilibrio entre lo que deseaba y la realidad que tenía a bordo. Ha elegido la utopía que mejor se adapta al entorno, que aun siendo pragmática, seduce desde la profundidad y se sostiene elegante.