No es una cuestión de tópicos: el ADN de Andalucía es tan poderoso que se suele imponer a cualquier influencia forastera.
Una ventaja que hasta hace un par de décadas era un hándicap ya que resultaba difícil que la contemporaneidad abriera una brecha en unas raíces tan sólidas y tan rentables. Sin embargo, cada una a su modo, Córdoba y Málaga han sabido mutar su esencia para dar la bienvenida a nuevos lenguajes, a nuevos encantos. Y todo ello sin renunciar a ese acento que las hace únicas.
Tanto Córdoba como Málaga, además, quisieron ser Capital Cultural Europea en 2016, una designación que no recayó en ninguna de las dos, pero sí que llenó de ambiciones su presente. En el caso de la capital Omeya, uno de sus puntos fuertes fue el Centro de Cultura Contemporánea de Andalucía -apocopado como C3A-: un complejo destinado a la creación contemporánea que, a su vez, serviría como dinamizador de la ribera sur del Guadalquivir. Inaugurado, precisamente, en 2016, este recinto no es un Guggenheim, ni falta que le hace. Lo que sí que ha logrado es una gran casa de la cultura contemporánea de Andalucía en todas sus expresiones, con las correspondientes salas de exposiciones que se complementan con espacios para las performance, talleres y programas de residencia de artistas. En resumen, una especie de incubadora para la creatividad que, además, cuenta con un último aliciente: la arquitectura de Nieto Sobejano.
Su diseño está basado en una sobriedad exterior que, por un lado, respeta la predominancia de la Mezquita y, por el otro, se guarda un as fotogénico en la manga: la fachada del río, un lienzo perforado que se ilumina con luces LED como si de una celosía lumínica se tratara. Este mismo estudio firma también el otro paso al futuro de la ciudad. En este caso, el museo Madinat Al-Zahra: un edificio que alberga los restos arqueológicos hallados en esta ciudad palaciega así como el centro de recepción de visitantes. Una creación basada, también, en el afán por no intervenir el paisaje, aunque en este caso elevado a la enésima potencia. Y es que sus habitáculos, estructurados entorno a un claustro que lo ilumina todo, están bajo tierra como si de una excavación arqueológica se tratara.
Málaga, por su parte, ha basado su reinvención en una apuesta por lo museístico. Primero fue el Museo Picasso, un proyecto con el que el artista soñó en vida y que se hizo realidad en 2003 gracias a la donación de sus herederos Paul, Christine y Bernard Ruiz-Picasso. Una colección que repasa todos los matices de su amplia carrera y que se exhibe en un palacio renacentista, el de los Condes de Buenavista; una sede que, sin quitarle protagonismo al cubismo, le da un toque de arraigo a la visita. Esta mezcla de casa señorial y óleos es la que se repite en el Museo Carmen Thyssen, aunque en este caso el aliciente artístico es disfrutar del arte español de la segunda mitad del siglo XIX.
Las otras propuestas de la ciudad son, a todos los efectos, más periféricas. Por un lado está la Colección del Museo Ruso de San Petersburgo, una sucursal que sirve para descubrir el arte de este país del siglo XIX e inicios del XX y que se localiza en un antiguo edificio industrial: la mastodóntica Tabacalera. Por el otro, el CAC, un centro de arte contemporáneo ubicado en un antiguo mercado de mayoristas que destaca por tener una programación de exposiciones con el que trae a la ciudad lo mejor del panorama artístico actual. Y como guinda, el Centre Pompidou, una extensión del icónico museo parisino cuyas exposiciones se afanan en conectar ambos países y que ejerce de emblema cultural del modernísimo Muelle Uno.
Visita la web de Turismo Andalucía