Los artistas peruanos toman la sala de exposiciones Alcalá 31 de Madrid hasta el próximo 16 de abril. España es un país canalla? puede leerse en un papel amarillo elegido al azar, entre los miles que componen la bandera española protagonista de la instalación que preside la muestra. La pieza de José Carlos Martinat, cuyo contenido determinan algoritmos de búsqueda de información que parecen localizar referencias a España en la red, presagia un ambiente discursivo crítico, de tinte decolonial, pero nada más lejos de la realidad: solo me tocó un papel algo drástico.
Las obras que integran la exposición se abastecen de temas recurrentes en el imaginario contemporáneo, pero aquí la delimitación geográfica es crucial. Precisamente cuando pensábamos que lo político marcaría el ritmo, encontramos que las preocupaciones tienen que ver con el ámbito de lo territorial. Y el territorio es un espacio político (política nacional en Reforma agraria peruana, de Jesús Ruiz Durand), pero también un medio efectivo para llevar a lo identitario cuestiones universales. De territorio y arquitectura hablan las fotografías y la instalación de Miguel Andrade Valdez. Sus espacios vacíos de vida cotidiana en la gran urbe son el envés de las imágenes del Proyecto Pozuzo, de Edi Hirose, en el que se documentan la vida cotidiana de una colonia en riesgo de desaparición. De territorio y raíces, los Paisajes ancestrales, de Emilio Rodríguez Larraín, o el cómic mitológico Vampiras de Tachamac, de Gary Villafuertes. De territorio y ruinas, los Escenarios, de Maya Watanabe, las Ruinas y las Ruinas artificiales, de Alice Wagner e Iosu Aramburu, o las postales de Martín Chambi. Las fantásticas pinturas de Sandra Gomarra viran hacia lo arqueológico, como también lo hacen los Paisajes ancestrales, de Emilio Rodríguez Larraín.
El territorio como espacio político y como espacio memorial: religión, conflictos sociales y costumbres populares se tratan desde múltiples formatos. Video, fotografía e instalación conviven con alguna pintura de corte abstracto y dos esculturas figurativas en una selección de la que es considerada la mejor colección privada de arte contemporáneo peruano, la colección Hochschild.