Aprovechando mi visita a la clausura de la Biennale de Venecia, me pregunto por el valor real de este tipo de eventos. Si es posible cada dos años diseñar un hilo conductor que dibuje un panorama global de por dónde va la creación artística. Cientos de obras, cientos de autores, cientos de países apiñados intentando articular un discurso unitario. Massimiliano Gioni, crítico de arte asentado en Nueva York, ha sido el encargado de dar forma a esta 55ª Biennale. Como otros directores, ha querido proporcionar un maquillaje particular a este cuerpo embalsamado que en cierto modo es ya esta feria internacional. En esta ocasión el eje principal ha sido la idea del arquitecto Marino Auriti y su “arca de Noé” del conocimiento. Auriti proyectó en 1955 un enorme museo irrealizable de 136 plantas donde aglutinar todo el saber humano. Con este referente, Massimiliano Gioni ha vertebrado esta Biennale, intentando elaborar metafóricamente el catálogo operístico de toda nuestra sabiduría. Y lo ha hecho es lo que él ha definido como el Palacio Enciclopédico. Una odisea.
Partiendo de esta premisa catártica del saber, nos adentramos en el arsenal de Venecia y los jardines con sus pabellones casposos. En estos espacios nos vamos encontrando expresiones artísticas que recorren el futuro inmediato del arte, su pasado y también su presente ahora especialmente desalentador. El arte tiene mil caras, sus expresiones mil formas, sus materiales incontables posibilidades, sus artistas, infinitos rostros. Sin embargo la didáctica que utilizan sus críticos y curadores se nutre generalmente del mismo lenguaje. Deconstrucción, existencialismo, metáfora, simbiosis, desolación, introspección, deshumanización, soledad, decadencia, cuerpo, egocentrismo, autorretrato, mutilación… Estas son entre otras las muletillas constantes con las que tantos entendidos del medio escenifican el sentir de la creación artística. Así pues, pasear por la Biennal y leer las cartelas explicativas de las obras -esa verborrea vacía- es el mejor modo de comprender la deriva y el estancamiento en la que nos encontramos.
Con todos estos planteamientos y siguiendo las explicaciones y pautas dadas por el director del evento, Massimiliano Gioni, los pilares que sostienen ese Palacio Enciclopédico se asientan en las cosmologías individuales y colectivas. En autores noveles, consagrados, desaparecidos o en activo. En lecturas múltiples. En el dominio de lo visible. En la mirada subversiva del artista frente al mundo. En la exaltación de la convivencia y en el diálogo entre obras monumentales y piezas más íntimas. Es decir, en lo de siempre.
Así pues, este Palacio Enciclopédico es finalmente un complejo arquitectónico de imágenes volátiles e ilimitadas. Y no sé, sinceramente, si mediante estas premisas se consolida una confianza perdida en el valor de la imaginación cuando estamos ya casi acostumbrados al todo vale. Algunos dicen que esta Biennale ha provocado entusiasmo. Lo que sí hace falta muy probablemente es menos institucionalización, menos personajes y mucha menos retórica obvia y previsible. Por parte de los observadores del arte. Y por parte de los artistas. Ha pasado ya un siglo desde que las vanguardias rompieran con toda atadura para expandirse sin frontera y sin retorno. Y desde entonces el arte es todo y nada.
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