Al recibir el encargo de construir una piscina en una finca urbana, Manuel Ocaña se propuso demostrar que “el lujo tiene que ver, sobre todo, con los placeres fisiológicos sofisticados” y no tanto con el uso de materiales nobles o exclusivos.
La reforma de la finca se plantea como una verdadera apertura hacia el sur en una casa cuyas únicas entradas de luz venían desde las ventanas que dan a la Travesía de Conde Duque. Para incluir en esta vivienda una la piscina, un loft y un ascensor hubo que acometer una reforma radical que implicaba la eliminación de los forjados de cada piso creando un espacio interior vertical. La luz del sol llega a raudales desde la pequeña atalaya con vistas a los tejados de Madrid. La nueva orientación y la escasa superficie de la vivienda obligaron a idear también dos escaleras de caracol; ambas de líneas quebradas y perspectiva expresionista.
En esta nueva distribución, el espacio waterproof de la piscina (con fondo pintado por Sebastián Camacho) crea, según el arquitecto, “situaciones inéditas de confort en un ambiente doméstico”, pues estos planteamientos rara vez se dan en la ciudad, en casas particulares y menos aún con un presupuesto de 130.000 euros.
El propietario se sumerge en el agua a 37º C mientras fuera llueve o nieva, o incluso dentro, pues se pueden abrir los lucernarios y crear esos contrastes tan propios de los balnearios.
La Casa Rota es una propuesta arriesgada en su estrategia y en su ejecución, y supone un ejemplo de la filosofía del arquitecto Manuel Ocaña: un risky business, un negocio de riesgo intelectual, que saca a “la arquitectura del ámbito del posibilismo más acomodado”.