Proyectar una residencia para una familia numerosa en un terreno en pendiente, en la zona de Galapagar, parece una cita con una casa de varias plantas, con vistas a la Sierra de Guadarrama desde el salón y el dormitorio principal, y por supuesto con sus respectivas terrazas. Pero lo previsible no casaba con lo que los arquitectos de Subarquitectura, Andrés Silanes, Fernando Valderrama y Calos Bañón diseñaron en la Casa 360º. Antes que buscar la mejor ubicación para la habitación de los niños, prefirieron concebir un domicilio que fuera “un medio vehicular entre el presente y el futuro”. Aunque esta declaración pueda parecer muy ambiciosa, el resultado final del proyecto está a la altura de la frase por la manera en que se ha obtenido el mayor número de metros lineales en una estructura atípica, y por la forma en que se ha generado una nueva manera de recorrer la vivienda y, por lo tanto, de vivirla.
Para salvar el desnivel de la parcela, los arquitectos se inspiraron en obras de ingeniería como los bucles de autopista, que además sirven para permitir cambios de dirección; y a nivel metafórico, el cambio de orientación y sentido es lo que pretende cualquier familia en una residencia nueva. La rutina se ve plasmada en un bucle con dos salidas: una hacia la piscina y la sierra, y otra hacia el garaje. Es decir, la vida cotidiana no se cierra sobre sí misma, sino que se abre al paisaje y, a la vez, a las actividades fuera del ámbito doméstico.
Por otra parte, se buscó una solución que conllevara una gran plasticidad: dar un punto poético a la dimensión más pragmática del edificio. En este sentido, la forma construida recuerda un loop de skaters, que genera fluidez, sentido estético y precisión, además de rentabilizar los metros construidos. En la zona de giro, se localizan, por un lado, un espacio abierto que genera luz hacia el interior, y por otro, la mediateca, totalmente cerrada porque es el lugar que, según el estudio, incorpora “el 100% de tecnología y el 0% de paisaje”.
Con el bucle se crean dos modos de circulación por el interior. Uno largo, que discurre desde el garaje hasta el salón, y otro corto por las escaleras que facilitan un acceso inmediato a uno u otro nivel. En su aspecto cromático, el proyecto ostenta dos colores: el gris antracita de la pizarra en el exterior y el blanco del interior que reivindica un minimalismo sencillo y plácido.
Gracias al movimiento curvo, se reinterpreta la rutina doméstica en una casa que, como Villa Meinsdersma, es ya un referente dentro de esta nueva oleada de residencias circulares o casi. Este tipo de estructuras orgánicas propician una vida familiar más interconectada y menos parcelada en zonas rectangulares. Como si el interior fuera un fluido continuo de comunicación espacial.