Bajo la gruesa estructura de un antiguo refugio antiaéreo nazi, convertido hoy en museo y vivienda de lujo, la cuarta exposición de la Colección Boros (2022–2026) despliega un conjunto de 114 obras recientes de 27 artistas que interrogan los vínculos entre cuerpo, tecnología y memoria. Repartidas en cinco niveles, las piezas —creadas entre 2018 y 2022, en un periodo atravesado por crisis globales, desplazamientos forzados, vigilancia y estados de excepción— se enfrentan a la materialidad áspera del búnker, activando nuevas formas de lectura sobre el presente.
Arquitectura y memoria en un búnker
La exposición, comisariada por Karen y Christian Boros, se compone de instalaciones site-specific, esculturas y pinturas que cuestionan la digitalización de la experiencia corporal. El recorrido transcurre por salas que un día fueron prisión soviética (1945), almacén de frutas tropicales (1957–1989) y un club nocturno (1992–1996). Los artistas han respondido a esta arquitectura cerrada y brutalista —que potencia la vivencia sensorial— con obras que aprovechan la acústica del hormigón, la temperatura interior constante (12–16 °C) y la ausencia de luz natural.

Este coloso de hormigón encarna una paradoja constructiva con sus muros de tres metros de espesor —capaces de albergar 3000 personas durante los bombardeos—, cornisas clásicas y planta palladiana; un guiño incongruente al Renacimiento que Hitler imaginó como “ruinas gloriosas” para su futura Germania. La muestra, disponible hasta marzo de 2026, propone visitas guiadas que profundizan en las capas históricas del edificio y su resonancia en el arte contemporáneo.
Propuestas artísticas de la Boros Collection #4
Anne Imhof abre esta reflexión sobre la corporalidad en la era digital con una intervención que articula vacío y espera, donde el sonido y la arquitectura generan una tensión latente. En contraste, He Xiangyu emplea residuos industriales y materiales reciclados para resolver la ecuación cuerpo-contaminación-consumo desmedido. Siguiendo esta línea de diálogo entre lo físico y lo conceptual, Klára Hosnedlová fusiona técnicas artesanales con formas futuristas en figuras que reinterpretan la domesticidad. Las esculturas femeninas hiperrealistas e hipersexualizadas de Anna Uddenberg cuestionan la autooptimización y el consumismo corporal del presente.


Bunny Rogers, por su parte, presenta siluetas infantiles modeladas digitalmente y fundidas en bronce, cuyos rasgos deformados, expresiones melancólicas y vestimenta plasman la estética del duelo adolescente. La selección incluye también creaciones de Cyprien Gaillard, Julius von Bismarck, Tacita Dean, Pamela Rosenkranz o Alicja Kwade. Este itinerario conduce a los visitantes por estancias que conservan huellas de su pasado: desde impactos de bala de la Segunda Guerra Mundial hasta grafitis del legendario club nocturno Bunker. Estas marcas se integran deliberadamente en la experiencia curatorial, sumando nuevos estratos de significado que enriquecen la interpretación de las obras mostradas.

El búnker de Reinhardtstraße: de fortaleza nazi a templo del arte
Desde hace más de una década, la Boros Collection se ha impuesto en la cartografía del arte actual como una de las colecciones privadas más influyentes de Berlín, con trabajos que privilegian lo visualmente impactante y espectacular. Su selección se focaliza en autores consolidados —los denominados blue-chips—, cuyas piezas de alto valor estético se venden a precios desorbitados. Algunos críticos la consideran vistosa y marcada por las tendencias, pero lo que realmente la distingue no es solo su catálogo, sino el lugar que las alberga.

La sede se sitúa en un antiguo búnker de la Segunda Guerra Mundial situado cerca de la Puerta de Brandeburgo. Concebido según directrices monumentales del régimen nazi, tras el conflicto tuvo una vida singular: cárcel fugaz, almacén de fruta en la RDA —conocido entonces como Bananenbunker— y escenario de fiestas clandestinas y raves techno que lo volvieron símbolo de la noche berlinesa más radical tras la caída del Muro. Hasta que, en 2003, el coleccionista y mecenas Christian Boros adquirió el búnker y lo transformó en museo privado. Y sobre la estructura original levantó una residencia brutalista con terraza panorámica y vista completa de la ciudad reunificada.

Hoy, el enclave encarna literal y simbólicamente la historia reciente de Berlín: refugio de guerra, bastión de la cultura techno y contenedor de arte contemporáneo de alto perfil. Desde su apertura en 2009, la Boros Collection funciona mediante un sistema de visitas guiadas adaptado a las limitaciones espaciales, en el que las exhibiciones rotativas se suceden cada cuatro años. Dado el contexto, no es de extrañar que el público quede más impactado por la historia y diseño del búnker que por aquello que contiene. Un edificio que, por su densidad simbólica, se erige como un interlocutor silencioso y profundamente elocuente.

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