Bill Viola. Tiempo, espiritualidad y cintas de vídeo

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Bill Viola (1951-2024) pasará a la historia por haberse convertido en el creador que hizo del vídeo una de las Bellas Artes. El pasado viernes, el tiempo se detenía en su casa de Long Beach en California, y tras pasar el último tiempo afectado por problemáticas derivadas de su vida con alzhéimer, Bill Viola falleció dejando tras de sí toda una serie de trabajos en los que el tiempo, la espiritualidad y las emociones lo convirtieron en un artista clásico del siglo XX.

Bill Viola
Bill Viola

Nuevos rumbos para el videoarte

Si bien el silencio ha sido uno de los elementos fundamentales en los trabajos de Viola, sus comienzos artísticos surgieron en el campo de la música, como batería de una banda de rock. Pronto se interesaría por la publicidad y el mundo de los nuevos medios, por ello ingresó en un programa de estudios experimentales en la Universidad de Siracusa, donde descubrió el potencial del vídeo y fundó el grupo Synapse.

The Raft. Bill Viola

En el laboratorio de formas y lenguajes que fueron los setenta en el contexto norteamericano, a Bill Viola —como asistente de Nam June Paik y de la mano de otros nombres como Peter Campus y David Tudor— comenzó a llamarle la atención la capacidad de la imagen en movimiento para construir sensaciones e interpelar al espectador. No desde la frialdad de lo conceptual, sino desde la calidez de los sentimientos y los afectos.

Igual que otros compañeros de generación como Bruce Nauman, Dara Birnbaum o Gary Hill, la labor de Viola pasaba por interrogar al propio lenguaje del vídeo sobre sus limitaciones y competencias a la hora de erigir nuevos imaginarios para el arte. Ya en piezas clásicas como Silent life (1979), Viola pone esta disciplina al servicio de la vida y hace que el paso del tiempo sea uno de los ejes vertebrales de toda su trayectoria.

The Deluge. Bill Viola

Bill Viola. El Caravaggio del videoarte

Dilatando e inmovilizando, ralentizado y expandiendo, superponiendo e invirtiendo. Precisamente el tiempo ha sido el gran tema en torno al que ha girado la producción del estadounidense, que consiguió que el videoarte pudiera salir de las exclusivas paredes de las galerías. De ese modo convirtió sus exposiciones en fenómenos de masas, tal y como pudimos ver recientemente en nuestro país en dos retrospectivas: la que le dedicó el Museo Guggenheim de Bilbao en 2017 o la muestra Bill Viola. Espejos de lo invisible (2021) en el Espacio Telefónica en Madrid. Esta última se centró en las últimas cuatro décadas de su carrera, donde veinte de sus obras significativas interpelaban al público sobre la manera en la que Viola había tratado con las emociones.

The Quintet of The Atonished. Bill Viola

En los ochenta, ejercicios como Anthem (1983) se proponían como un poema visual que intentaba representar cuál era el poder y el papel del ser humano en la configuración de una realidad posindustrial. Pero es en los noventa cuando Viola dio un paso más allá en su madurez y clasicismo, lo que le llevó a compararse con los grandes maestros de la pintura y ser llamado en algunos titulares de prensa como el Caravaggio del videoarte.

Ascension. Bill Viola

Y es que, al igual que en los lienzos del pintor milanés, en los proyectos de Viola hay toda una serie de claroscuros, de juegos que engañan a la mirada, de experimentaciones con la cámara lenta y el montaje en bucle. Acciones que hacen que esos rostros detenidos, ese instante de segundo robado a la eternidad conviertan muchas de sus videoinstalaciones en auténticas galerías de pinturas en movimiento.

Del nacimiento a la muerte

Desde títulos fundamentales como Tríptico de Nantes (1992) —una visión seminal sobre las reflexiones alrededor del nacimiento y la muerte— hasta otros donde lo acuático adquiere un sentido no solo plástico, sino espiritual, como Self portrait submerged (2013) o Ablutions (2015). Pero Viola va amanerándose en ciertas técnicas para acercarse a la pintura clásica, como sucede en Mártires (2014): una videoinstalación de cuatro pantallas en la catedral londinense de Saint Paul donde exponía cómo las personas se enfrentan a los cuatro elementos —tierra, aire, fuego y agua— para aceptar el final de la vida.

Y de eso es de lo que hablamos aquí, del final de la vida. Parece que el vídeo se ha puesto en pause. Ya no hay más fast forward ni slow motion. El tiempo se ha detenido y solo nos queda mirar atrás para acordarnos de lo que sentimos la primera vez que vimos en directo The Greetings (1995), Mujer fuego (2005), Mártir de agua (2014) o La ascensión de Tristán (2005). Imágenes de nuestra era, obras maestras que hicieron que el espectador de la pintura se dejase seducir por los claroscuros del fotograma; como le ocurrió al propio Viola cuando en su primer viaje a España visitó el Museo del Prado y se quedó pasmado ante la Aparición de San Pedro Apóstol a San Pedro Nolasco de Zurbarán.

Nuevos mártires y otras pasiones. Tiempo, espiritualidad y cintas de vídeo. La desaparición de uno de los grandes artistas de nuestro siglo.

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