El videoarte, esa forma artística totalmente integrada ya en el código contemporáneo, comenzó siendo una disciplina periférica a principios de los setenta. Entonces, trabajar con vídeo parecía más un capricho técnico que una forma de creación. Bill Viola (neoyorquino, amante de la cultura tecnológica y hombre entregado a profundas convicciones espirituales), ha ido construyendo una trayectoria con la que no sólo ha definido una parte de la vanguardia artística en los últimos cuarenta años. También ha logrado convertir en canon mainstream un discurso formal inicialmente marginal y minoritario.
Estos días tenemos la oportunidad de reencontrarnos con su trabajo por partida doble. Por una lado, con una pequeña exposición, En diálogo, en la Academia de Bellas Artes de San Fernando. Y por otro, como soporte visual de Tristán e Isolda en el Teatro Real. Este montaje de Wagner se presentó por primera vez en París en 2005 en colaboración con el escenógrafo Peter Sellars. Nueve años después llega a Madrid para demostrar que sigue teniendo músculo escénico. “Yo sólo soy el vehículo de Wagner –ha dicho Viola-, el vehículo de un sentimiento que trasciende la vida y la muerte. Mi planteamiento es dejar que la obra siga su curso”. Sin embargo, a pesar de su vigencia, hay que reconocer que las creaciones digitales tienen el lastre de envejecer muy rápidamente. Y aunque las instalaciones videográficas de Viola que vimos en el Real siguen teniendo gran intensidad emotiva, también es verdad que algunos pasajes quedaban un poco deslavazados, como si su estética “new age”, tan noventa, se hubiera diluido con el tiempo.
En la Academia de San Fernando, las piezas recogidas bajo el nombre de En diálogo pretenden conversar con maestros como Pedro de Mena, El Greco o Goya. Sin embargo, vista en su conjunto, la muestra resulta insustancial. Las cinco obras que la conforman acaban desapareciendo (casi devoradas) por la rotundidad de los clásicos. Como si más que dialogar, hubieran sido colocadas entre estos artistas en un ejercicio museístico forzado. Tal vez El quinteto de los silenciosos sí consiga expresar su fuerza en conexión con los lienzos que la rodean. Las demás se desvanecen y casi se vuelven invisibles en la atmósfera de la Academia. En diálogo estará abierta al público hasta el 30 de marzo. Visítenla, a pesar de lo que digo. Enfrentarse a Viola, incluso en unas condiciones como estas, siempre merece la pena. Y si disponen de un presupuesto generoso, atrévanse con Tristán e Isolda, en el Real hasta el 8 de febrero.
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