Para la edición del año pasado de la Bienal de Venecia, el artista francés Xavier Veilhan ha transformado el espacio del pabellón francés, diseñado en 1912 por el ingeniero Faust Finzi, en un estudio musical. Denominado Studio Venezia, se encuentra a medio camino entre el concepto del Merzbau de Kurt Schwitters y la configuración de una cabina de grabación. De la hibridación de ambos, ha surgido un paisaje de angulosidad expresionista, construido en madera y diferentes tejidos, dentro del cual han trabajado intérpretes de distintos estilos, técnicos de sonido, programadores y productores, improvisando y experimentando en solitario o colectivamente.
El significado del término ‘estudio’ adquiere una trascendencia crucial para comprender la esencia de este proyecto. Por un lado, como el ámbito que alberga el trabajo de los músicos. Y por otro, como el ejercicio cuyo valor es el de ser ensayo, no obra plena. «No es un proyecto sencillo de explicar. No es estrictamente un concierto. Uno no sabe muy bien qué va a suceder en un momento dado, es como una analogía de la experiencia humana», dice Veilhan, un artista que ha cultivado desde la pintura a la fotografía, pasando por la instalación y la performance, y que en sus obras confiere un papel esencial al espectador.
Esta propuesta nace con una particularidad: permitir al público acceder a estas sesiones musicales, tanto físicamente, como de forma virtual desde cualquier punto del globo. La exploración de esa doble posibilidad de ‘presencia’ es reflejo de una preocupación que Veilhan considera compartida por muchos creadores de su misma generación: la exposición no existe si no hay visitante. Su voluntad ha sido, por tanto, crear un lugar vivo y activo, que respire a través de la energía de creadores y público.