En el panteón de los inventores del turismo, Eugenia de Montijo tiene su propio epitafio. No en vano, la que fuera mujer de Napoleón III encontró en este rinconcito costero del País Vasco francés el entorno más parecido a su España natal. Y no solo por cercanía.
Esta predilección provocó que, desde finales del siglo XIX hasta mediados del XX, Biarritz se asemejara a una ciudad balneario de la Belle Époque. Y ahí comienza el embrujo, en esas construcciones art dèco inmensas que heredó de aquella época, con el Casino Barrière como muestra de lo que era una casa de juegos: algo que podía pasar por un edificio público moderno. Otro imprescindible en este ejercicio de opulencia marinera es el Hôtel du Palais, la residencia de Eugenia y Napoleón, un auténtico palacio de ínfulas versallescas que volverá a abrir, tras una completa reforma, en 2021.
Pero esta primera impresión pronto se ve aderezada por la influencia del surf, un deporte que irrumpió con fuerza en los años 50, cuando el guionista de Hollywood Peter Viertel trajo su afición a este litoral durante el rodaje de Fiesta. Desde entonces, surf y realeza han compartido playa, pero no la gloria del turismo cultural.
Hasta 2011, cuando se abrió la Cité de l’Océan et du Surf, un centro de interpretación sobre la relación de Biarritz con el mar cuyo principal atractivo es la arquitectura. Diseñado por Steven Holl, es una especie de ola o duna que no influye en el paisaje, que se mimetiza con él y que crece bajo tierra, haciendo las veces de plaza pública, ágora de surfistas y, por supuesto, de espacio expositivo.
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