En su libro Echar a perder. Un análisis del deterioro, el urbanista Kevin Lynch planteaba la revisión de los procesos de deterioro y sus posibilidades como campo de acción para definir formas de “gastar bien”. Es en este campo de acción donde podemos enmarcar Ashen Cabin, un proyecto del estudio neoyorquino Hannah con el que se demuestra la viabilidad de emplear algo habitualmente desechado —la madera de fresno infectada por un específico tipo de escarabajo— como eficiente elemento constructivo.
Sasa Zivkovic y Leslie Lok, responsables de Hannah, han desarrollado este pequeño prototipo junto a un grupo de estudiantes de la Universidad de Cornell. Para ello, ha sido fundamental la aplicación de tecnologías digitales avanzadas, ya que estas han ayudado a articular métodos de tratamiento para el material, formas de construcción, soluciones tectónicas y lenguajes de diseño arquitectónico adecuados.
Los árboles que sufren el ataque de plagas de insectos no se usan para la construcción —adquieren formas difíciles— y tampoco pueden trabajarse en los aserraderos. De modo que se usan como combustible o se deja que se descompongan, y en ambos casos se produce una emisión de dióxido de carbono a la atmósfera. Utilizar esa madera desechada como componente constructivo evita ese problema ambiental y, además, compensaría el excesivo uso de otros tipos de madera; por ese motivo, la cabaña está revestida con listones ondulados.
La alta chimenea y las robustas patas que la sostienen —elevándola— se han construido en hormigón. Hannah utilizó un sistema de impresión 3D para apilar las láminas y modelar la base angular de la estructura y sus voluminosas extrusiones; todas sus formas siguen un mismo patrón lineal, rematado en bordes dentados. El uso de esta técnica no sólo permite explorar las posibilidades que ofrece el lenguaje tectónico de la impresión tridimensional, sino que contribuye a hacer más limpia y precisa —y, consecuentemente, más sostenible— la construcción.
Se recurrió a un brazo robótico con una sierra de banda para cortar los troncos de forma irregular en tiras curvas de diferente grosor. Su curvatura se ha empleado estratégicamente, explica Hannah, y se despliega en momentos de importancia arquitectónica tales como las ventanas, las entradas, la cubierta o las estanterías de obra.
En el interior, las paredes están revestidas con el mismo fresno utilizado en el exterior. Con el paso del tiempo, este envejecerá y se fusionará con el color del hormigón. Desconectada de cualquier tipo de red energética, la casa está planteada de tal forma que es capaz de autoabastecer sus necesidades de agua y de regulación térmica.