En pleno bullicio del Midtown frente al MoMA, Selgascano y Curtis Su han levantado un café que parece excavado en la tierra. % Arabica se abre como una gruta de madera, un pasaje sinuoso que transforma un local estrecho en refugio. Una pausa mineral en la velocidad neoyorquina.
Una cafetería de especialidad como cueva contemporánea
Arabica % se oculta bajo la acera como si geológicamente hubiese estado ahí siempre. Apenas un acceso discreto anuncia la presencia del café, pero al descender se descubre la operación arquitectónica: un interior convertido en cueva. El espacio, originalmente un pasillo alargado y angosto, se ha transformado en gruta orgánica mediante la repetición de listones de madera curvada que revisten suelo, paredes y techo.

La intervención no disimula las imperfecciones del enclave, ya que los arquitectos buscaron amplificarlas escaneando digitalmente el volumen original y convirtiendo sus irregularidades en pura geometría. Paneles de madera cortados por CNC se ensamblan como estratos, haciendo que la cafetería se presente como un túnel excavado en la roca. Esta referencia a la caverna no resulta accidental: Selgascano lleva años investigando formas envolventes en sus construcciones, como el Palacio de Congresos de Plasencia.

En esta intervención concreta, la experiencia del visitante oscila entre lo ancestral y lo urbano. Y es que en plena Nueva York, donde los rascacielos imponen su verticalidad, % Arabica apuesta por todo lo contraria: un descenso horizontal, íntimo, en un lugar de penumbra suave. Una arquitectura convertida en una sombra habitada en pleno distrito del consumo y el turismo.


La caverna frente al MoMA
La fuerza del local reside en la alianza entre técnica digital y oficio artesanal. El escaneo 3D permitió registrar cada desnivel del entorno, y el corte CNC precisó la producción de paneles que encajaban como piezas de un puzle topográfico. Lo manual del trabajo paciente que transforma lo mecánico en textura. Los listones de madera actúan como costillas, organizando la continuidad del recorrido, con una atmósfera que remite a grutas mediterráneas, a refugios prehistóricos y a la sensación de seguridad que da una caverna frente a la intemperie.

La iluminación —siempre indirecta— refuerza toda esta sensación cavernosa. Oculta tras los listones, el visitante tan solo puede percibir un resplandor que parece emanar de las paredes, como una linterna subterránea. Asimismo, el mobiliario se integra en el contexto con un mostrador de 10 metros que recorre el eje del local, mientras que el tránsito se organiza con bancos corridos y superficies empotradas para sentarse sin interrumpir la continuidad.


La paleta cromática refuerza el efecto mineral: madera en la zona inferior, pintura blanca en la superior. Y el espejo, situado estratégicamente en el fondo, duplica la dimensión del ambiente y crea la ilusión de que el túnel se prolonga más allá de sus límites. Un juego visual que expande el café hasta volverlo un pasaje interminable bajo la superficie de Manhattan. Con todo ello, Selgascano y Curtis Su nos alientan a reflexionar sobre cómo habitamos los intersticios de una urbe como Nueva York.

Y es que, ante la monumentalidad de los rascacielos y el bullicio del MoMA, este café nos devuelve a la escala íntima y lógica de la cueva. No con la función de antaño —protegernos de la lluvia o el frío—, sino para ofrecernos un lugar donde la calma esté por encima de la prisa.

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