Cuando Marcel Duchamp envió en 1917 La fuente a la exposición anual de la Sociedad de Artistas Independientes sentó un precedente. Cada objeto que entrara en un museo a partir de ese momento se convertiría automáticamente en cultura. ¿Cómo se puede, entonces, elaborar una respuesta arquitectónica válida para un problema con tantas posibilidades?
Álvaro Siza y Carlos Castanheira. Sobriedad portuguesa
A las orillas del lago chino de Dongquian, Carlos Castanheira y Álvaro Siza trabajan en la luz como solución para una construcción contemporáneamente versátil. El MoAE (Museum of Art and Education) se nos presenta con una sobriedad industrial. Un volumen de cierta elegancia se cubre con una piel de metal corrugado completamente opaca que impide imaginar algo diferente de un silo o un gran almacén. El espacio se percibe sólido, rígido, inamovible.
Una mole de metal corrugado
La roca descansa. Se apoya sobre una base visualmente más liviana que facilita que la vista fluya libremente y, de alguna manera, nos hace pensar que el edificio flota. Los límites alrededor del vestíbulo se difuminan y encontramos áreas más líquidas que se mezclan en la penumbra de la gran mole.
El secreto se esconde hasta llegar al corazón de la montaña, donde el MoAE se muestra como verdaderamente es: vacío, hueco, gaseoso. Un acuario de claridad del que beben por niveles las salas expositivas. El recorrido asciende por la rampa del patio de luces para permitir la visita, sin las distracciones que pueda provocar el entorno, con la versatilidad de la luz cenital para mostrar las piezas.
El resultado responde más allá del proyecto museístico ─y sería capaz de albergar diferentes tipos de exposición─ porque está concebido partir del espacio y no del capricho. El contenedor no habla sobre el contenido, pero le ofrece la gama de matices de una selva de sombras. La mejor virtud del museo de la luz.