Con Paname, Bilal Hamdad trasciende el formato expositivo convencional para proponer un intercambio sutil con la memoria urbana de París en el Petit Palais. La ciudad ya no es un mero telón de fondo, sino la protagonista de una narrativa visual que desvela lo que bulle bajo su superficie pública: esa soledad compartida que palpita en los intersticios de la multitud. El título mismo, Paname —apelación coloquial y afectuosa que despoja a París de su solemnidad— anuncia una voluntad de apropiación íntima del paisaje urbano.
Bilal Hamdad y el anonimato como protagonista
Los personajes anónimos de Hamdad, suspendidos en el tiempo, aparecen absortos en sus actividades o pensamientos. Este enfoque revela su tema central: la invisibilidad del individuo en el corazón del tumulto cotidiano. Una anonimidad deliberada que resuena con la condición urbana contemporánea, donde el vértigo colectivo coexiste con el aislamiento íntimo. Nacido en Argelia en 1987 y formado entre Argel, Bourges y París, Hamdad pinta con una mirada que es a la vez lente fotográfica y conciencia histórica.

A partir de instantáneas urbanas, compone lienzos de gran formato donde un naturalismo meticuloso —con una luz precisa, una composición calculada— deja filtrar una melancolía soterrada. Su pintura trasciende lo documental para captar el pulso íntimo de la ciudad, su respiración y sus silencios. Su obra bebe directamente de los grandes maestros del Barroco; y de la estela de Caravaggio surge su profunda afinidad por Velázquez, cuyas creaciones estudió en el Prado. Le fascinan las conversaciones pictóricas, como la que entablaron Tiziano y Rubens, y que a su vez inspiraron al propio Velázquez. En esta cadena de influencias, también figura Goya —que se nutrió de todos ellos— y Rembrandt, por la magistral constitución de sus retratos.

Genealogías pictóricas en el Petit Palais
En el París de Hamdad la soledad encuentra su cromatismo y el anonimato adquiere rostro. Las referencias son múltiples: Caravaggio en los claroscuros dramáticos, Velázquez en el tratamiento de la distancia, Hopper en la soledad luminosa. Sus cuadros —en los que a veces confluye hasta una treintena de personas— son ecos contemporáneos de una historia de la pintura que aún respira, actualizada en clave mestiza y parisina. En Paname, disponible hasta el 8 de febrero de 2026, una veintena de obras —dos creadas ex profeso para el museo— se miden con las de Courbet, Fernand Pelez o Léon Lhermitte. Este diálogo no es una cita decorativa, sino una confrontación donde los cuerpos solitarios de Hamdad —de espaldas o ensimismados— parecen responder a los trabajadores y vagabundos de esos escenarios realistas decimonónicos. Entre ambos mundos se superpone un nexo de humanidad.

La pieza Paname —concebida como espejo contemporáneo de Les Halles de Paris de Lhermitte— reproduce un mercado improvisado junto al metro de Château Rouge, entre luces frías y bolsas de plástico. La multitud se diluye en una composición que parece contener la respiración, suspendida entre el estruendo urbano y un silencio pictórico de herencia barroca. Esa tensión define su estilo: la ciudad como teatro íntimo, donde cada gesto común se vuelve materia poética. Rive droite, por su parte, captura el mestizaje cultural y social del norte de París en la salida del metro Barbès-Rochechouart. Otras, como Sérénité d’une ombre o Nuit égarée muestran su capacidad para articular belleza y gravedad. Un bar anónimo o un cuerpo flotando en agua oscura funcionan como metáforas de una modernidad congelada, donde la luz actúa como último testigo.

Aunque la exposición rinde homenaje a París con trabajos realizados entre 2020 y 2025, también incluye escenas urbanas de Madrid. Esta conexión surge del año que el artista pasó en la Casa de Velázquez, una residencia que dejó ecos de los grandes maestros del Prado. La exhibición se completa con varios retratos de su círculo cercano y un detalle significativo: la recurrente presencia de perros. Con Paname, el ciclo de invitaciones del Petit Palais a artistas contemporáneos alcanza uno de sus puntos más altos de coherencia. Comisariada por Annick Lemoine y Sixtine de Saint-Léger con el apoyo de la Galerie Templon, Paname no solo tiende un puente entre el arte social del XIX y la sensibilidad fragmentaria del siglo XXI, sino que posiciona la pintura de Bilal Hamdad como un ejercicio de reivindicación: el de un flâneur que rescata lo invisible en lo común y devuelve un rostro humano a la ciudad.

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