Diseñada por Florian Busch Architects en Hokkaido, House W aparece como un hito en la arquitectura passivhaus. Una vivienda cuya fachada fotovoltaica produce su propia energía, regula su temperatura y se integra en el paisaje con total naturalidad.
Arquitectura consciente como futuro habitacional
Está muy en boga la búsqueda de nuevos procesos constructivos en la arquitectura para convertirla en un acto solidario con el medioambiente. Edificar siempre deja huella, pero eso no quiere decir que no se esté desarrollando una exhaustiva forma de compensarlo. Desde la pionera Villa Bio que Enric Ruiz-Geli levantó en 2005 —una casa experimental con fachadas verdes, sistemas de geotermia, energía solar y tratamiento biológico del agua—, la práctica de autosuficiencia urbana ha ido en aumento. Estudios como Andrés Jaque y su Office for Political Innovation lo ponen en práctica incluso en escuelas —el reciente Colegio Reggio— con aliados como el corcho; mientras que Snohetta lo lleva a torres de oficinas —es el caso de Powerhouse Telemark— que envuelven en placas fotovoltaicas.

Esta última estrategia es la que el equipo de Florian Busch Architects ha llevado a cabo en otro campo arquitectónico: el residencial. Situada en Hokkaido (Japón), su House W se halla a medio camino entre la imitatio tipológica de los graneros locales y la absoluta revolución tecnológica. Y aunque la oficina tokiota parece adepta a estas visiones sostenibles —ya vimos cómo su House in the Forest se integraba con el paisaje boscoso a través de ramificaciones horizontales que se posaban delicadamente sobre el suelo—, en esta ocasión se han coronado como reyes de la loable denominación passivhaus.


Un nuevo hito passivhaus
Rodeada de arrozales y espárragos, a primera vista House W presenta un armazón de acordeón en madera sin tratar, con dos volúmenes conectados por una sección central acristalada. Un esternón estructural que enseña sin pudor las partes íntimas del hogar: techos altos, doble planta, estancias luminosas y grandes ventanales que reducen la iluminación artificial. La tarea principal de este espacio intersticial —además del exhibicionismo— es la de regulador climático gracias a sus lamas ajustables, que atenúan la temperatura tanto en invierno como en verano. Asimismo, el aislamiento fuerte y la gran inclinación del tejado —sobre todo en los módulos opacos de los extremos, girados para optimizar las vistas al paisaje— gestionan la posible acumulación de nieve en la techumbre.

Con una superficie de 163 m2, esta vivienda de estética barn-like se ha concebido con materiales locales y renovables. Hasta aquí, todo parece normal. El hito de Florian Busch Architects se encuentra en la piel con la que han cubierto el exterior de los dos bloques: una solar skin de 56 paneles fotovoltaicos. Esta búsqueda de la autonomía de red desencadena una transformación del hogar en un “organismo vivo”, capaz de generar el doble de energía que consume. Y, además, el excedente de lo producido no cae en saco roto: se reutiliza o se dispone para otros usos; como si la vivienda pudiera alimentar sus propias funciones metabólicas. Desde el estudio consideran que “la casa es una planta con la que vivir”; en una línea similar a esa “máquina” con la que la definía Le Corbusier en 1923.


El enfoque homogéneo de su piel solar, añadido desde la conceptualización del diseño —y no de manera posterior— asienta un nuevo paradigma en House W: la importancia de la tecnología bien integrada en contextos de arquitectura consciente. El matrimonio que vive hoy entre sus muros conocerá la independencia energética en un momento donde factores como la limitada disponibilidad de recursos o la especulación han incrementado el coste de la energía. Un pequeño paso hacia la minimización del impacto ambiental arquitectónico, y un gran éxito de Florian Busch Architects si me lo permiten.

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