Antony Gormley (Reino Unido, 1950) es uno de los artistas fundamentales de las últimas cinco décadas. Sus piezas más famosas representan su propio cuerpo a escala real y han llenado galerías y museos de todo el mundo. Con obras como Ángel del Norte —instalada en la ciudad británica de Gateshead— o con esculturas dispersas en la playa alemana de Cuxhaven, este escultor ha ocupado parajes naturales que se han convertido hoy en emblemas del arte público y con los que explora las relaciones entre el ser y el espacio físico.
Antony Gormley se ha asomado a lo largo de los años por los huecos de sus propias esculturas buscando respuestas. Los orificios abiertos a la altura del pene, de los ojos o de la boca son la única vía de acceso al interior de sus figuras humanas realizadas a partir de moldes. Dentro de estas creaciones naturalistas, que con el tiempo se irían desdibujando, estaba todo: la luz y la sombra. Le sirvieron a su autor —y aún hoy le sirven— de puente entre el exterior y, en sus propias palabras, “los estados internos del ser”.
Graduado en la Central Saint Martin y con un máster en la Slade School of Fine Art (1977-1979), durante los 80 desarrolló un trabajo creativo basado en su propio cuerpo con diferentes posiciones y gestos cotidianos. La creación de estas obras tenía —y tiene— mucho de performativo y ha quedado ampliamente documentada. Gormley se replicaba a sí mismo en una postura con fibra de vidrio y yeso, para, más tarde, reproducir el resultado con placas de plomo, que soldadas entre sí dejan ver las grietas de la figura ensamblada.
Ya en sus primeras muestras relevantes —en el Riverside Studios de Londres en 1984 o en la Galleria Salvatore Ala de Milán un año después— aparecían estas estatuas desperdigadas por la sala de exposiciones. Primero solitarias en actitud de escucha, dormidas o arqueadas mirándose dentro; también deformadas —con el cuello alargado hasta casi rozar el techo con la cabeza o con los brazos abarcando el ancho completo de la sala— y acompañadas de otros detalles y objetos dispersos que serán símbolos recurrentes en su carrera, como casas, cuencos o vasijas.
Sin embargo, estos mismos personajes poco a poco se fueron agrupando en escenas más concurridas, como vemos en las distintas versiones de Critical Mass de 1995, donde había hasta 60 esculturas. E incluso, han protagonizado también series completas de dibujos, casi siempre monocromos, en las que se estudian estampas inquietantes, cambios de escala y geometrías que se circunscriben a lo antropomórfico. Su vasto repertorio gráfico incluye también grabados, y ha sido expuesto en ciudades como Tokio, Inglaterra o Nueva York.
Corporeidad en descomposición
A medida que avanzaban los 80 y 90 y su prestigio internacional se iba expandiendo, las formas orgánicas de sus trabajos iniciales fueron arcaizándose, y el paso del tiempo acentuó la idiosincrasia de unas piezas que nunca funcionaron del todo como elementos figurativos. “Para mí son instrumentos reflexivos que capturan el tiempo humano y lo convierten en tiempo geológico”, afirmaba recientemente el propio Gormley.
La evolución natural de estas piezas sería la de descomponerse como material estatuario. Un acontecimiento que queda registrado en Domain Field (2003), una obra creada específicamente para el centro Baltic, en Gateshead, y compuesta por 240 esculturas, realizadas a partir de voluntarios cuyas fisiologías acabaron construyéndose con mallas de acero soldadas entre sí. “El autor ha aplicado las matrices de la arquitectura, la biología molecular, la mecánica cuántica y la imagen virtual para pensar físicamente cómo se puede hacer presente el cuerpo”, rezaba uno de los textos acerca de la exposición. El “espacio del cuerpo” empieza a representarse como un lugar disperso frente a la corporeidad presente y sólida de su primera etapa.
La teoría colectiva. Los campos
La página web del artista documenta su primera exhibición en 1981, Two Stones en la Serpentine Gallery. 40 años después y a sus 71, Gormley es un icono del arte contemporáneo, se encuentra en activo y su producción actual interpela, contradice y se enfrenta sin complejos a sus cuatro décadas de trayectoria. Este 2022 podremos ver propuestas nuevas en diálogo con otras más antiguas, tanto en la Galleria Continua de San Gimignano (Italia), como en la National Gallery de Singapur. Hay que decir que su primera exposición en Singapur data del 2003 con Asian Field en el Institute for Contemporary Arts, y para hacer todas las esculturas de arcilla que integraron la gran instalación, invitó a más de 300 personas.
Los campos eran, en palabras del Gormley: “Una alfombra de miradas que penetran en nuestra conciencia”, y suponen el primer paso hacia la idea de colectivización en su obra. A pesar de que ya había conjuntos escultóricos de pequeñas efigies en fila en la Galerie Wittenbrink de Alemania allá por 1985, el primer Gorm —así se los denomina familiarmente— lo fabricó en su propio estudio en 1989, y ese mismo año aparecerían como composición en la Galería de Arte de Nueva Gales del Sur. Pronto se dio cuenta de que esta debía ser una labor colectiva, donde muchas figuras recogieran la impresión de las manos de muchos individuos. Se crearon distintas versiones de Fields —habría una instalación por cada continente— y la versión británica, Field for the British Isles, le valió el premio Turner en 1994. “Fields fue quizá la primera expresión de un anhelo por hacer de la escultura una actividad participativa”.
La ciudad como cuerpo colectivo
Gormley regresa ahora a Singapur con Horizon Field Singapore (2021/2023), de la serie Clearing, que lleva desarrollando los últimos años. Estas estructuras de gran tamaño, diseñadas a partir de varillas metálicas, han llenado por completo salas de museos y galerías e interpelado a los transeúntes en sitios públicos como el Brooklyn Bridge Park de Nueva York. Acompañando a la monumental pieza que puede verse en la azotea del National Gallery Singapore, se encuentran otras tres —Close V (1998), Sense (1991) y Ferment (2007)— que ubicadas en varios emplazamientos funcionan como puntos de acupuntura dentro del museo.
Y es que en sus últimos trabajos Gormley aborda la relación entre el ser humano, la arquitectura y el ciberespacio. Territorio e imaginación, identidad y control son las premisas de un enfoque que analiza el modo en que la trama urbana se apodera de los cuerpos. En sus últimas propuestas la idea de escala y de lugar se distorsiona, y el espectador se torna más necesario que nunca. En su muestra más reciente en San Gimignano, las estatuas naturalistas conviven con las más desenfocadas y, disgregadas entre la gente, plantean una especie de mapa psicoafectivo de la ciudad.
Con una larga trayectoria y después de haber llevado su obra a los límites de la materia, sus creaciones han llegado a un equilibrio tal que han dejado de ofrecer respuestas para empezar a formular preguntas. Detrás de su madurez creativa y de su gran ambición matérica, Antony Gormley no deja de lanzarnos nuevos interrogantes. ¿Podremos estar alguna vez fuera del exterior? ¿Es posible hacer sentir el interior? ¿Qué lugar ocupa el ser humano en el espacio y qué lugar ocupamos en relación a los otros seres con los que convivimos? Cuestiones sin respuesta formuladas por un artista cuyo punto de fuga ha sido siempre tratar de “materializar el espacio interno del cuerpo con el lenguaje de la arquitectura”.