Frente al colapso no queda más remedio que prepararse. Mientras que J.G. Ballard lo ilustraba con palabras en sus novelas catastrofistas, la segunda edición de la bienal Mayrit lo hizo a través el diseño. Dentro de su programa, la mirada distópica del mundo se fue construyendo en torno a un discurso que ha sentenciado cambios o, en su sentido más paciente, varias hipótesis sobre el futuro próximo. Entre ellas, la de Josep Vila Capdevila junto a la galería Il·lacios se presentó resacosa, clasista y punzante. Una reflexión instalativa que convirtió las botellas de vidrio en la materia prima más preciada.
Mayrit y su visión ballardiana
“Pronto haría demasiado calor (…) El implacable poder del sol atravesaba las frondas tupidas y oliváceas (…) El disco solar no era ya una esfera definida, sino (…) una colosal bola de fuego”, escribía Ballard en su novela The Drowned world. Una estampa común si pensamos en veranos como este, pero otra muy alarmante si entendemos que sus descripciones claustrofóbicas hacían referencia a un Londres tropical que, como hoy, roza los 42º. No es arbitrario que esta segunda edición de Mayrit haya basado su concepto en la obra del escritor británico, y no por alarmismo vacuo, sino por simple lógica.
La visión fatalista que J.G. Ballard plasmó en 1962 responde a una imagen de nuestro planeta completamente inundado. Los efectos de un cataclismo dejan a los humanos sin muchas opciones de supervivencia, quedándose a merced de los edificios más altos como único medio de habitar la superficie. Un contexto de ciencia ficción que preside un lamento imaginario sobre el destino de la Tierra. Con este derrumbe literario de trasfondo, la bienal de Mayrit acudió a la especulación desde el diseño para abrir nuevas y diferentes reflexiones —no siempre derrotistas— alrededor de esta mística.
Pero si la obra de Ballard se hiciese cierta, ¿cómo afrontaría la sociedad una situación así? Maurice Blanchot decía en su libro The Writing of the Disaster (1980) que “pensar en el desastre es no tener ya porvenir para pensarlo”, una postura que se aproxima a la incapacidad de figurar con certeza lo que podría suceder en realidad. Algo que no puso freno a la intervención de Josep Vila Capdevila en Mayrit, quien se atrevió a teorizar desde los límites de la antiutopía y el mobiliario.
Los muebles agresivos de Josep Vila Capdevila
Haber sido testigos de una pandemia mundial ha incrementado nuestros niveles de desánimo; pero que la vida se parase no significaba que la creación tuviese que seguirle los pasos. Durante ese periodo de reclusión, Josep Vila decidió guardar las botellas de vino vacías en lugar de tirarlas, sembrando así la semilla de su último proyecto presentado por la galería Il·lacions: una colección de muebles donde la funcionalidad no es el epicentro de su origen. Exhibida en una instalación inmersiva en Mayrit, parecía como si un relato de Ballard hubiese salido de sus páginas. En ella el vidrio se posicionó como el elemento fetiche, pero no de la manera en que estamos acostumbrados. De nombre Resaca, los útiles de Vila adentran a quien los observa en una espiral de confusión: ¿es una mera actividad de reciclaje colateral o el reflejo de un futuro que se hace añicos?
La distopía fue la regla de este argumentario, donde las clases sociales se amoldan a la forma en que este componente es tratado y utilizado como materia prima. Mientras un trono de 350 botellas sin desperfectos mostraba el lujo de la pureza y hacía alusión a un estatus acomodado, una silla de cristales puntiagudos —la antítesis visual de la comodidad— debía cumplir su tarea para el resto en una sociedad donde los recursos apenas existen; donde los recursos son, a fin de cuentas, los propios desechos que todavía permanecen. Este conjunto fue acompañado por un set de jarrones y una lámpara que mantenían una estética similar: la de una amalgama de vidrio fragmentado y resina, siempre punzante. Cerraba la escena una mesa baja de tres patas, realizada con los mismos materiales, más pulidos, quizás como un destello de equilibrio y esperanza.
Este enfoque oscuro y agresivo, que vaticina un mañana de colapso medioambiental y económico, se percibe como una resaca de épocas previas donde el derroche fue el lifestyle más trendy. Los que tengan suerte y buena cuna, amansarán botellas sobre las que seguir sentándose confortablemente pese al inminente final; y los que no, deberán encontrar el modo de amoldarse a una situación imposible en un asiento que no les permite el descanso. Curiosamente, este imaginario recurrente en la ciencia ficción del cine y la literatura cada vez tiene más peso en nuestra conciencia, y, ante este panorama caótico que ilustra Josep Vila, lo más tranquilizador podría ser recurrir a la frase que inicia el Credo de Ballard: “Creo en el poder de la imaginación para rehacer el mundo”. Aunque según Blanchot la duda sigue siendo imperiosa: ¿estaremos a tiempo de salvarnos?
En este enlace puedes leer sobre la bienal Mayrit y también sobre otras exposiciones de la Galería Il·lacions.